miércoles, 12 de marzo de 2014

285 días

Diez días.
Han pasado diez días.
Días días en los que no he escrito nada, ni una coma, ni un punto. Ni siquiera, puntos suspensivos, pues esos, supongo, prefiero guardarlos para la vida real.
Dos semanas.
Justo dos semanas de aquel miércoles.
A dos semanas y dos meses de aquel jueves que precedió a la primera risa.
Y han sido éstas dos semanas en las que no he dejado de escribir con miradas en el aire, tras unos párpados que queriendo dormir, no lo consiguieron. Y han sido ellas las ideas, palabras, argumentos y teorías cobijados que, en estas dos semanas, no han visto el frío. El gris del cielo sin sol. El sol sin gris. Sus rayos. La lluvia. La luna de día. El rosado que antecede el gris (del cielo sin sol y del sol sin luz, ni tan siquiera gris). Ni tampoco la luz del atardecer, que retrasándose en el tiempo, nos ha pillado juntos.

Y en ese tiempo, en estas dos semanas, he nadado frente a ti, sin agua,
nos hemos mirado, viéndonos, ganándonos a medias las batallas de miradas sin risa (ganando a medias, por compartir esas risas).
Y hemos reído. Y hemos llorado. Y hemos mantenido la tensión por las ganas de besarnos.
Queriendo ambos, pero necesitando la saliva para larmenos las heridas causadas 
(algunas con hechos, otras con palabras)
Ni tan siquiera hacía falta nada más que unos cacahuetes. En nuestra mesa.
Sentarse en otra mesa, se siente un poco como una traición a aquellas dos personitas cabezotas.
Y hemos elegido juntos chocolates, perfúmenes, comida para mascotas y Montaditos.
Y te he contado secretos. Y yo me he convertido en el tuyo.
Y seguimos haciendo planes que engrosan una lista nunca menguante. Y siempre creciente.
Y seguimos poniendo fechas. Y seguimos pasando tanto tiempo juntos como nos lo permiten nuestras obligaciones, nuestros horarios o, sencillamente, la necesidad lógica de descansar.

Y, en todo este tiempo, he querido apartarte.
Y ojalá hubiera podido apartarte, así como odiarte, arrepentirme de todo y alejarte de mí, mientras aún estaba a tiempo, mientras aún se vislumbraba como una posibilidad real.
Sin embargo, ni siquiera he sido capaz de dejar de verte.
Y tengo miedo de no ser capaz en tiempos venideros de llevar a cabo todos mis planes, hurdidos en la oscuridad que me queda dentro, cuando no andas cerca. O cuando la llama comienza a tililar.
Por eso, por eso me gusta tenerte cerca, porque no quiero que la oscuridad sea tan absoluta que decida romper con todo, dejarte atrás, dejando atrás contigo las ilusiones que tenía depositadas en este año.
¿Cómo sobreviviría entonces los siguientes 285 días?




No hay comentarios: