viernes, 14 de noviembre de 2014

Sin Una Razón

Todo ocurre por una razón.
O eso dicen.

Y quizás sea el consuelo que buscan las personas cuando las cosas no le salen bien. Pero yo lo creo, sin razones ni motivos. Y lo creo, incluso cuando todo sale bien.
Y es que, hace no tanto, la vida volvió a mostrarme que todo ocurre, siempre, por una razón (créelo o no, pero un siempre no admite excepciones). Y cada uno de nosotros estamos, justo donde tenemos que estar, cuando tenemos que estar. En su momento, yo no entendí por qué perdía el trabajo que llevaba tanto (tantísimo) tiempo esperando y me cabreé con la vida. Pero no tuvo que pasar ni una semana para que el tiempo volviera a darme la razón y una respuesta a mis pataleos: que este era mi sitio en ese momento, que tenía que estar aquí, contigo y para ti. Y no  me habría perdonado estar en ningún otro lugar, porque entonces te habría fallado.
Al final, resultó, que tú fuiste la razón por la que la vida me hizo regresar a casa.
Y ahora, aunque unos días tarde, quiero recordarte que estoy aquí, que sigo aquí, que no voy a dejarte solo.