domingo, 11 de febrero de 2018

Querida abuela...

Querida abuela,

Me pregunto cuántas veces necesitaré comenzar a escribir esto antes de sentir que merece la pena ver la luz, porque no es la primera vez que lo intento, porque parece que te has llevado mis palabras contigo y que ahora apenas nada de lo que digo tiene sentido.

Llevo días queriendo escribir(te), pero por dónde empezar a contar lo que significa(ba)s para mí, lo que he perdido contigo y el trozo inmenso de felicidad que nunca voy a recuperar. Porque no te marchaste sólo tú, te llevaste contigo el nosotros que éramos como familia, el nosotros juntos que ya no volveremos a ser, no al menos de aquella manera, con el sabor de esos domingos de primavera, de comida familiar, de barbacoas, de postres sorpresa con los que acabar de asegurarte que no nos íbamos de tu casa con hambre, nunca jamás. 

No sé cómo empezar y no sé si algo de esto tendrá sentido, pero quiero que sepas, y esta es la única manera que se me ocurre, que nunca voy a olvidarte, que siempre te quedarás conmigo, porque a cambio te has llevado un trozo de mí. Porque siempre me decías "...eres carne de mi carne y sangre de mi sangre..." y ahora mi carne ya no sonríe en mis labios ni en mis ojos ni en ninguna parte de mí. Porque no te harías una idea de lo vacío que ha quedado todo sin ti, porque el vacío que has dejado lo toca todo y lo vuelvegris.

¿Y sabes qué? que por mucho que escuche "es ley de vida", por mucho que lo viera venir, no hizo que el golpe fuera menos duro. Ni siquiera consiguió que se hiciera un poquito más fácil, porque qué cínico es pensar que vamos a querer menos a alguien por el simple hecho de saber que envejece, que se marcha. Porque fuiste una mujer luchadora, trabajadora, familiar y con valores. Porque tu mesa siempre estaba puesta y la puerta de tu casa abierta, a cualquiera, a cualquier hora y no sólo les llenabas el estómago hasta asegurarte de quedar hartos sino que nunca se marchaban con las manos vacías: un poco de vino, naranjas, higos, aceitunas, almendras... o una sonrisa en los labios.

Por eso te quiero (y no hablaré jamás en pasado) y porque te quiero, nunca olvidaré tus ojos "de soldadito" desde la ventana cada domingo al llegar a "Mi Capricho", tus besos, tus boniatos y tus flanes, tus anécdotas de la niñez de las tres generaciones y mis veranos de la niñez contigo, los tuppers que me enviabas cuando hacías comidas que me gustaban y ese día no había ido, tus jazmines en la mesita, tus cruces de caravaca, tu "mi princesa de los mares", tu insistirme en que no perdiera más peso ("esta niña es tonta ¿qué más quieres perder?"), la puerta de tu casa siempre abierta, la alegría de tu voz cuando supiste que había encontrado trabajo ni el tono al decirme "qué guapa estás" en esos días de hospital, el bollo de queso y pavo en la sandwichera que me preparabas para cenar o el bocata para el cine de verano, ni olvidaré tu bata color berenjena ni tus pendientes de oro, cuando me acariciabas la mano, cuando me contabas lo fea que era cuando nací, cuando me decías "si tú no me quieres" sólo para escucharme decirte que sí, tu pasión por las aceitunas con pan, el helado de turrón y tutti-fruti, tu montoncito de pastillas en la mesa, el vaso de cristal hasta arriba, tu olor a limpio, tus lágrimas al pensar en el tito, los mimos, los besos (insisto) y lo mucho que me querías.
Porque soy incapaz de pensar que cada domingo ya no nos esperas detrás de los cristales en tu silla amarilla, ni en la copa junto a la ventana, como desde siempre durante toda mi vida.
Que te echo tanto de menos que ni siquiera puedo llorar,
que te quiero tanto que prefiero engañarme creyendo que aún no te fuiste, en cuerpo, de nuestro lado,
que me da miedo enfrentarme a tu ausencia y que, llegue cuando llegue ese momento de conciencia, necesito que me pille protegida con tu recuerdo. 


Siempre contigo,
tu nieta que te quiere.