jueves, 29 de abril de 2010

Recuerdos de mi infancia...

Ayer, mientras volvía a casa recordé cuando, siendo niña, en los días pegajosos de verano me pasaba las horas muertas en la piscina de casa de mis abuelos. Recuerdo que, por las mañanas, al levantarme, me tomaba un batido fresquito de fresa, directamente en el botellín e iba a bañarme sin perder un momento.
Recuerdo que, al salir de la piscina, ya a mediodía para almorzar y entrar en casa, cegada por el sol iba tanteando los muebles que me encontraba en mi camino mientras sentía, de sopetón, el frescor nada más cruzar la puerta. Recuerdo cómo las piernas se me quedaban pegadas a la silla de skay cuando no convertía la toalla en mi falda temporal. Recuerdo las novelas y las largas siestas y como después de mi bocata de Nocilla (mitad blanca, mitad de avellanas), volvía a bañarme hasta que comenzaba a caer el sol. 
Recuerdo el húmedo calor nocturno que hacía cuando cenábamos fuera y como la brisa, refrescante, traía la fragancia de la dama de noche que había en el arriate junto a la cocina. Recuerdo el sutil zumbido de los mosquitos y los chasquidos que hacían al acercarse a la "estufa de bichos"... Y la impaciencia que me producían los momentos previos, mientras se ponía la mesa, a mi cena favorita de verano (aliño de tomates de la huerta de mi abuelo y berenjenas fritas) que tomaba con el bañador aún húmedo.

Cuántos veranos pasé dejándome mimar. Cuántos recuerdos atesoro en mi corazón y qué suerte tengo de poder recordarlos.



sábado, 24 de abril de 2010

Mis sonidos favoritos


El
crujir de las hojas otoñales bajo los pies,

pan crujiente, recién hecho, caliente y aromático,
olas murmurándome antes de morir en la costa,
un par de tacones sobre mármol en algún lugar silencioso,
mi canción favorita a cappella,
pisadas sobre grava
o unos piesecitos descalzos correteando al apagarse las luces... 


(17 de abril)

sábado, 10 de abril de 2010

Encerrados en el parque

A veces la vida te da pequeñas lecciones.
Hace algunas noches, un día de esta semana, fui al parque con Mariano. Nos sentamos en un banco que estaba en medio del parque, no poco iluminado, intentando alejarnos de una "orda de canis" que nos rodeaba. Llegado un punto, vimos a tres chicos que miraban a través de las rejas (cerradas) del parque, probablemente pensando "si están dentro, debe haber alguna manera de entrar". Pero no la había. De salir, tampoco. Al parecer, el encargado del cierre de los parques de Mairena había cerrado con nosotros dentro. Evidentemente, no se molestó en mirar si quedaba alguien dentro. Lo mejor es que tuvo que cerrar los candados de las cuatro puertas situadas a lo largo de la vaya que rodea el parque, por lo que debería habernos visto desde alguna de ellas. No hace falta añadir que no lo hizo.
Así que nos encontramos en el parque, más solos que la una, rodeados de una valla de unos dos metros y medio de altura, imposible de saltar,  y sin nadie que nos abriera la puerta del edificio colindante para que pudiéramos pasar a través de él.
Llamamos a la policía, que afortunadamente no tardó mucho en llegar. Después de intentar localizar a la persona encargada para que trajera copias de las llaves (sin mucho éxito y tras 30 minutos dentro), hubo que cortar el candado para poder salir. Los policías nos dieron la razón.
Y todo ha quedado en una mera anécdota. Aunque a partir de ahora, me andaré con cuidado cada vez que vaya a un parque con vallas... y tendré más cuidadito de no confiar más de lo imprescindible en que los encargados de los servicios públicos realicen su trabajo de la manera que cabe esperar de ellos.
En el video, mi testimonio in situ :P


"La noche del domingo pasado ocurrió algo singular. Nos encontrábamos en un parque público, debatiendo sobre Egipto cuando decidimos marcharnos a casa. Para nuestra sorpresa no pudimos porque nos habían dejado encerrados. 23.00 h. Ni un alma por la calle, ni vecinos amables que nos permitieran salir por el edificio anejo al mencionado parque. Esta es una de las situaciones en las que valoras la libertad. Dándole vueltas es inquietante como un lugar agradable se puede convertir en un instante en un lugar desapacible y tremendamente frio.  Una de las reflexiones que se me pasó por la cabeza fue el trabajo del encargado del parque, que ni siquiera se dignó a mirar si habia alguien dentro del parque, porque debería ser su obligación comprobarlo.
Tras la angustia momentánea, decidimos buscar el telefono (gracias a internet) y recurrir a la policía municipal. La cual tardó cerca de 30 minutos en llegar, pero que nos atendió muy amablemente.  Fué un corte en el candado, y voilá, libres de nuevo. Y se agradece. (Mariano)"