martes, 28 de octubre de 2014

"Primer Día de Verano" - Luis García Montero

Nadaba yo en el mar y era muy tarde,
justo en ese momento
en que las luces flotan como brasas
de una hoguera rendida
y en el agua se queman las preguntas,
los silencios extraños.

Había decidido nadar hasta la boya
roja, la que se esconde como el sol
al otro lado de las barcas.

Muy lejos de la orilla,
solitario y perdido en el crepúsculo,
me adentraba en el mar
sintiendo la inquietud que me conmueve
al adentrarme en un poema
o en una noche larga de amor desconocido.

Y de pronto la ví sobre las aguas.

Una mujer mayor,
de cansada belleza
y el pelo blanco recogido,
se me acercó nadando
con brazadas serenas.
Parecía venir del horizonte.

Al cruzarse conmigo,
se detuvo un momento y me miró a los ojos:
no he venido a buscarte,
no eres tú todavía.

Me despertó el tumulto del mercado
y el ruido de una moto
que cruzaba la calle con desesperación.
Era media mañana,
el cielo estaba limpio y parecía
una bandera viva
en el mástil de agosto.
Bajé a desayunar a la terraza
del paseo marítimo
y contemplé el bullicio de la gente,
el mar como una balsa,
los cuerpos bajo el sol.
                         En el periódico
el nombre del ahogado no era el mío.

"Primer día de verano"
Luis García Montero



domingo, 26 de octubre de 2014

Calles Empedradas y Olor a Canela

Calles empedradas y olor a canela en el aire.
Aquí encontré mi hogar. Un hogar con fecha de caducidad pero que, durante un tiempo, me perteneció. Y yo le pertenecí. Un lugar alejado de todo, autosuficiente, independiente, añejo. Y la gente en sus calles y la vida en sus calles y el silencio en sus calles. Por las mañanas, escuchaba las campanas que sustituyen al gallo que ya no se escucha al alba y salía a la calle cuando ni siquiera el sol lo había hecho. Dormía poco y la pereza siempre me recordaba lo bien que se estaba en la cama, cinco minutos más. Entonces tenía que desayunar de pie o mientras conducía porque iba justa. Pero siempre llegaba a tiempo. Aparcaba, cruzaba la calle y subía a toda prisa los 12 ó 13 escalones que me separaban de esa casa, en la calle X, donde me montaba en el coche y durante unos minutos, miraba twiter, fb, whatsapp y acariciaba distraída al pitbull-todo-amor que miraba desde la parte de atrás.
No negaré la dureza del trabajo de campo. Hacerlo sería insustancial. Hacerlo sería un sinsentido. Pero ¿y qué? lo conseguí. Superé, día tras día, mover fardos de metros y metros de tela, en muchos casos cubiertos de aceitunas, de barrer cojollos y ramas caídas sobre las telas, mientras me metía por debajo de las copas de los olivos y aguantaba el bocado en la espalda que me quemaba, de arrastrar las telas donde vaciar aceitunas por la tierra, de que hiciera frío, calor, incluso lluvia, de tragar polvo, de que me salieran ampollas, callos, moratones en las uñas de los pies. Pero ¿y qué? lo conseguí. Y me siento orgullosa de haberlo conseguido, contra todo pronóstico. Y pensando en mis cosas, pasaban las seis horas o casi siete, en algunos casos, y volvía a mi coche. Y conducía a casa. Y aparcaba. Y subía a casa y me duchaba y me tendía a descansar o comía, sabiéndome capaz de todo, serena, satisfecha (todo el mundo debería sentirse así, quizás debería ser un Derecho Básico Universal. Ojalá). Normalmente almorzaba en la terraza, a excepción de aquellos días de frío que sólo vinieron a dar un susto en medio del verano que se abría en este otoño. Porque desde esa terraza puedo ver la sierra y las nubes que pasan paseando sobre ella. Por la noche, cuando sentada fuera miraba las estrellas, que alumbraban las casas silenciosas de esas personas silenciosas, pensaba en cómo esas lucecitas blancas quizás ya no existían, pero qué belleza tan grande ofrecían incluso después de haber muerto para siempre.
Me gustaba ir paseando a los sitios, a excepción de mis viajes al Mercadona. Porque siempre iba a por una cosa o dos. Y siempre acababa saliendo con una bolsa de cosas que sin llegar a ser caprichos, no eran del todo necesarias, pero sentía merecerme por el esfuerzo diario. Y andando, podía cubrir las distancias que me separaban de cualquier punto en el pueblo, aunque las calles empedradas estén llenas de cuestas. La Farmacia, la casa de Angelita, el supermercado San Enrique (donde iba sólo a comprar molletes de Ecija). 

Me quedo con el olor a canela, a almendras, a azúcar de sus calles. Creo que es lo primero que pensé, que este pueblo atraía con olores a viajeros perdidos. En el fondo, creo que no estaba demasiado alejada de la realidad, yo era una de esos viajeros extraviados, que buscaban su lugar, que buscaban sosiego y alimento para el alma, más que para el cuerpo. Encontré ese alimento en lo alto del Cerro, en la imagen de las montañas y el atardecer en mi terraza, en dormir temprano y levantarme temprano para llevar a cabo la obligación que no se podía posponer. Yo encontré sosiego en el aire puro, en la calma, en la naturaleza, en echar de menos por ausencia y no por necesidad. Yo encontré sosiego cuando me encontré, cuando me supe autosuficiente, cuando me supe capaz de hacer eso que (casi) todos me dijeron que no podía hacer. Porque ahora sé que soy capaz de cualquier cosa, ahora sé que la fortaleza se encuentra cuando te enfrentas a las cosas que te dan temor y las superas. 

A sus calles empedradas, la luz limpia de sus estrellas, a la paz de lo más alto del Cerro, al olor de sus calles: gracias por acogerme.

martes, 14 de octubre de 2014

Estepa

Fuera llueve, a ratos. Y, a veces, sale el sol.
Yo debería haber pasado la mañana trabajando, pero he estado tirada en el sofá, una vez he acabado de hacer alguna que otra cosilla que tenía pendiente por casa. Y echo de menos la actividad, pero en este tipo de trabajos, el tiempo manda.
Y lo cierto, es que he comenzado a trabajar. Sí ¿no suena genial? Estoy trabajando, después de más de un año dependiendo de trabajos freelance para compañías extranjeras que pagaban a sueldo nacional (del suyo, claro).
Y llevo estas casi dos semanas queriendo escribir y daros (a quien sea que sea ese "os") la buenísima noticia. Y aunque tocó mudar la residencia a 130 kms de casa, el trabajo era una tarea pendiente durante demasiado tiempo como para aplazarla más.
Aquí las cosas son diferente. Este pueblo, con esencia de pueblo, conserva esa tranquilidad tan característica de la sierra.

(Incompleto)

31 años (y casi tres meses)


Ayer, 19 de julio (o, antes de ayer, 19 de julio) cumplí 31 años.
Ahora me arrepiento de no haber hecho ninguna foto que permitiera la inmortalidad de aquel momento. ¿Pero cuál de todos aquellos transcurridos durante las 24 horas que duró, podría haber sido el "momento ideal"?

La idea que predomina en mi cabeza es que fue, con seguridad, uno de los mejores cumpleaños que he tenido.
Y, como hago cada 19 de julio y cada 31 de diciembre - aunque en los dos últimos, lo haya obviado - suelo hacer una lista de aquellas metas a realizar durante los siguientes 12 meses. Y me preocupa, los 32 ya suenan como una cifra a tratar con respeto. Por lo tanto, lo mejor en este caso es no ser pretencioso y recuririr sólo a metas básicas altas o metas no-tan-básicas pero de dificultad baja. Así, señoras y señores, no nos enfrentaremos a tantos dilemas. 
Ya se sabe lo que dicen "quien mucho abarca, poco aprieta".
And the winners are...

1.- Encontrar trabajo (para ahorrar).
2.- Ponerme en forma (para vivir más).
3.- Cuidar a las personas que me importan (sacando ratitos y dedicándoselos a quienes lo merezcan).
4.- Priorizar personas, emociones (...).
5.- Retomar mis clases de danza (persiguiendo así esos ratitos de felicidad).
6.- Cantar, reír, saltar más a menudo (o sea, disfrutar).
7.- Ver más cine, leer más, ir algún día al teatro (que la cultura sea siempre un básico).

Esto es algo que escribí hace ya algunos meses y que, sin duda alguna, lleva demasiado tiempo ya en el tintero. En un año en el que parezco estar cumpliendo todos mis propósitos, tener un buen cumpleaños no podía ser menos. Tuve una primera felicitación muy especial recién entrada la medianoche, almorcé con mis abuelos y mi tía, recibí algún que otro lametón de Murphy, regalitos, por la noche vinieron los Amigos de verdad (aunque alguno se me quedó en el camino), cenamos en La Choza (Bormujos) y luego fuimos a casa a seguir celebrando, comer tarta de Kinder Bueno y charlar y reír hasta las tantas.
¿Qué más se puede pedir?

Al final madurar es eso, darle menos importancia a algunas cosas y disfrutar con las personas que son importantes para ti. Menos bombo y platillo y más risas y abrazos. Y aunque yo siga dándole tanta importancia a la celebración de la vida cada año, soy consciente de que las cosas irán cambiando según pasen los años. Pero me da igual, porque al final, lo que importa, lo que realmente importa es hacer de un día normal, la excusa perfecta para sentirse querido, para estar con todas esas personas que hacen de tu vida un lugar especial para vivir.

A todos aquellos que vinieron, aunque sea con retraso: me alegro mucho de haber compartido ese día tan especial con todos vosotros. Todos y cada uno. Os espero el 19 de Julio de 2015.



Películas de Septiembre

1.- La Gran Familia Española (2013)
2.- Casi Perfecta (Girl Most Likely, 2012)
3.- El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, 2012)
4.- Como todas las mañanas (2013)
5.- Caníbal (2013)
6.- La vida secreta de Walter Mitty (The Secret Life of Walter Mitty, 2013)
7.- The Possession 'el Origen del Mal' - (The Possession, 2012)
8.- Grupo 7 (2012)
9.- Un lugar para soñar (We Bought a Zoo, 2011)
10.- Un Dios salvaje (Carnage, 2011)
11.- La Bicicleta Verde (Wadjda, 2012)
12.- París a toda costa (Paris à tout prix, 2013)
13.- Freakdog (Freakdog, 2008)
14.- Seis puntos sobre Emma (2011)
15.- Hijo de Caín (Fill de Caín, 2013)
16.- Maktub (2011)
17.- La Vida Inesperada (2013)
18.- César debe morir (Cesare deve morire, 2012)
19.-  El cuerpo (2012)
20.- Atrapados en Chernóbil (Chernobyl Diaries, 2012)
21.- La Herida (2013)
22.- Verbo (2011)
23.- Séptimo (2013)
24.- No habrá Paz para los malvados (2011)
25.- Más Allá de los Sueños (What Dreams May Come, 1998)
26.- La Coartada (The Alibi, 2006)

viernes, 3 de octubre de 2014

En los deseos y las carencias

Nunca aceptarás que alguna vez estuviste celoso.
Y así es como quiero comenzar esto, sin tener ni idea de cómo he de acabarlo.
Imagino que es como todo en la vida, sabes cómo empiezan, pero no cómo terminan.
Quiero poder leerte, eso es algo que sin lugar a dudas,
-ni siquiera una de esas pequeñitas que se cuelan a escondidas- me gustaría.
Quiero poder leerte, pero no eres el tipo de personas a quienes les guste tal tarea.
Una pena. Se puede saber mucho de una persona que escribe
por cómo escribe más que por lo que escribe.
Y yo quizás nunca haya logrado conocerte. Saber cómo eres, saber qué quieres.
Yo, sin embargo, no puedo vivir sin hacerlo, sin escribir, sin derramarme en las palabras
que siempre sonarán en las voces de otros. O quizás sea una voz en off.
Quizás con el tiempo, ni siquiera seas capaz de recordar cómo sonaba
mi voz, mi risa, mi ironía.
Y porque no puedo vivir sin escribir (necesidad vital, le llaman)
últimamente hay menos vida en mis días y más agonía en mis sueños.
Creo que por eso, todo este tiempo que he estado sin escribir,
no he acabado de despertar del letargo y andaba como dormida entre sábanas
que ni siquiera me pertenecían
(si alguna vez has soñado conmigo y no sabes por qué,
probablemente sólo iba buscando mi camino de vuelta a casa).
Pero niegas la posibilidad
(y ahora que digo eso, no sé si me refiero a estar celoso o a escribir),
porque no te sale, porque lo que provoca la necesidad
es a menudo la ausencia. Y yo no he sabido ausentarme de ti.
Pero aún peor, he insistido con cabezonería en estar presente,
incluso cuando estaba ausente. Porque lo estaba, para mí más que para nadie.
Y sigo queriendo decir que nunca aceptarás tantas, tantas cosas
que siempre estuvieron tan claras para mí.
Y como enumerar es algo que guardo para la intimidad,
sólo te diré que había más que un puñado de cosas que quería hacer contigo.
Con ese tigo que alguna vez estuvo celoso. Con ese tigo cuya existencia niegas.
Sin embargo, con o sin él, contigo o sin ti,
ha saltado la chispa (tan sólo una) que hiciera fuego
y consiguiera hacerme volver, aunque fuera un instante a la versión más pura de mí,
que soy yo misma cuando soy capaz de escribir.

Nunca aceptarás que alguna vez estuviste celoso.
Y yo siempre, siempre, desearé poder leerte (saber cómo eres, conocerte).
Pero en los deseos y las carencias está la chispa de la vida.
Y por eso, yo, en la escritura, encuentro alivio, catarsis, serenidad.


Empezar a buscar

Y entonces dejas de esperar y comienzas a buscar.
Pero no buscas en bancos de parque, supermercados ni películas en grandes pantallas de cine.
Empiezas a buscar (respuestas) a preguntas que siempre te dieron miedo
y encuentras alivio en enfrentarte al miedo que te carcomía.
Porque al final, hay heridas que sólo sanan de esa manera, aunque escueza, aunque sangre.