domingo, 28 de julio de 2013

¿Te cuento un secreto?

"¿Te cuento un secreto?"
te pregunté en un mensaje,
los whatsapps no son dignos de confesiones.
"¿Te cuento un secreto?"
Supe que no lo habías leído,
o que lo habías leído y calificado como
"mensajes para contestar luego".
Quizás no estuvieras solo,
quizás no encontraras el momento,
sin embargo, sé que en el fondo,
tan pronto lo leyeras,
querrías saberlo.
"¿Te cuento un secreto?"
Me alegré, poco después,
de no recibir respuesta alguna,
¿qué habría de decirte?
Si tenía tanto, tanto que contarte...
Que me gustaría emborracharme contigo,
que me gustaría recogerte en el aeropuerto,
ir a la playa, al cine, a cenar,
abrazarte ahora mismo y llenarte de besos...
Pero sobre todo, sobre todo,
mi mayor secreto - y estaba dispuesta a confesártelo -
es que te echaba terriblemente de menos.

sábado, 27 de julio de 2013

Besos

...Y te llenaría de besos en dos sitios:
en mis sueños
y en tu cama...

Venga, anda...

Deja de hacerte el tipo duro, al menos, durante el par de minutos que tardarías en escribirme un mensaje para decirme que me echas de menos. Venga, anda, que yo no se lo digo a nadie...

viernes, 26 de julio de 2013

Uno de tantos mensajes

Hoy te envío este mensaje, más por necesidad que por propia conciencia de las consecuencias de este acto. Y te lo envío porque necesito expresarlo, sacarlo del pecho, de los dedos, de la lengua, sacarlo de dentro y devolverlo a donde pertenece, las palabras capaces de expresar lo que no sabe o no puede el sentimiento (temprana manera de llamar lo que "siento").
Hoy te envío este mensaje, aunque ahora que lo escribo, aún no sé si lo encontrarás temprano en tu email o te lo enviaré a cachitos por watsapp... o incluso, puede que te lo envíe allá donde estés. No lo sé. Sólo quiero que sepas que hoy, pienso en ti. Y como esto se está convirtiendo en costumbre y ya no me resulta suficiente, necesito ir un poco más allá. Decirte que me encuentro sola en casa, tan solo acompañada por mis pensamientos (culpable de que piense en ti, a todas horas), con un albornoz blanco y los labios pintados de rojo, quisiera elegir las palabras adecuadas para invitarte a cenar. Haber preparado algo que supiera con seguridad que te iba a gustar y, no sé con qué pretexto, pedirte atravesar esos pocos kilómetros que nos separan. Después de una cena como las que solías prepararme, te habría llevado a la terraza donde habríamos compartido una o varias copas de algo que a ambos nos gustara. No lo sé, es complicado, supongo, pero quizás después de todo, bajo un manto de estrellas, cualquier suelo es el indicado. Botella en mano, labios en labios y entre buche y buche, hartarnos de besarnos. Dejarte ir muy de noche, como escapando en la oscuridad de la mirada del destino, con los labios rojos de carmín y el cuello marcado de bocados. Dejarte ir, pongamos que ambos lo encontráramos sensato (...).


Y este es uno de esos tantísimos mensajes
(en este caso, incompleto)
que a veces escribo pero casi nunca envío.

jueves, 25 de julio de 2013

Pésame

Este blog también guardará siete días de luto por las víctimas de la catástrofe gallega.
Mi corazón está con los familiares y amigos cercanos de todas aquellas personas que ayer perdieron la vida, al descarrilarse el tren en Santiago.
Hoy todos somos gallegos.


martes, 23 de julio de 2013

Diversificar

Intento diversificar,
pero eres todo lo que se me ocurre. 
Últimamente.
Ahora.
Ayer.
Probablemente, mañana también.
Intento diversificar,
pero a día de hoy
(y de ayer 
y, probablemente, de mañana también)
esto significa escribir sobre ti
o dejar los huecos 
de los días vacíos
Hoy, ayer, probablemente, mañana también... 
Tú, tú, tú, tú...

Tengo ganas de verte.

domingo, 21 de julio de 2013

El tiempo que te dedico

El tiempo que te dedico
no es tiempo perdido, malgastado, pasado de rosca ni olvidado
es tiempo invertido en conocerte más y mejor,
en ir sabiendo cómo y en qué piensas
y qué quisieras y qué detestas.
El tiempo que te dedico es tiempo invertido,
y ni siquiera necesito pasarlo contigo
para ir conociendo más de tus dehesas.
Para ir acumulando datos y teoremas
como el teorema que ibas a contarle al sofá, hace un rato,
para ir sabiendo y descubiendo el efecto
que tu estancia en mi vida... provoca en mi vida,
para ir sabiendo y conociendo cuál es el espacio que utilizas,
qué espacio te anexoras de ese que antes
malgastaba rellenando de caras desconocidas
en un paseo en metro un domingo cualquiera.
Ahora, cuando te pienso, en esos ratitos que te dedico
aunque tú no lo sepas - y quizás sólo intuyas que te echo de menos -
voy contando los días y me voy contando escenas
que inmortalizar contigo uno de estos días,
quizás no ahora, ni mañana y tan ni siquiera en quince días
- porque no estarás, aunque tú digas que sí -.
Quizás en un mes, o dos o cuatro:
buena señal, significa que has decidido quedarte a mi lado.
Y entonces,
en un mes, o dos o cuatro,
cuando nos tomemos un café y yo, de refilón, te mire a los labios,
sabrás - y sobre todo, sabré - que quiero besarte,
tanto o más como lo deseo en este preciso instante,
porque en esos ratitos que te dedico ahora - aunque tú no lo sepas
y sólo intuyas que te echo de menos -
voy conociéndote mejor de lo que quisieras,
voy descifrando mis más complicados teoremas,
voy sabiendo cuándo, cómo y dónde volveré a verte
y voy sabiendo cuándo, quién y qué somos.
Sólo dame tiempo, sólo dame una tregua,
porque quiero seguir invirtiendo en ti mis pensamientos,
para que el día en que vuelva a verte
sea como si nunca nos hubiéramos separado.


Supongamos que te echo de menos - Mónica Gae

Yo no quiero

Yo no quiero que me digas que me quieres.
Ni que pretendas pasar conmigo el resto de tu vida.
Aún.
Yo no quiero que me bajes la luna o me acerques continentes.
Ni que pienses que, sin duda, soy el amor de tu vida.
Para todo eso, ya habrá tiempo, más adelante.
Yo no quiero que cuentes los minutos para volver a verme,
Ni que hagas planes para cada día de tu vida. Junto a mí.
Todavía.

Yo no quiero que te quieras reflejado en mi mundo.
Como si cualquier otro reflejo - siendo no más que eso - no mereciera la sonrisa.
Ni quiero que nos comamos los espacios y sólo quede la visión siamesa
de la independencia del siglo XXI
Yo no quiero convertirme en la mitad de nadie. 
Ni siquiera tuya. No todo el tiempo.
Ni que pienses que fuera de mí ya no hay vida.
Yo no quiero, porque no quiero, que todo te recordara a mí
(aún estás libre de ello)
y que desees constantemente dejar constancia mediante llamadas. Mensajes.
Whatsapps. Tweets. Palabras. Imágenes. Que valen más que mil palabras.
Yo sin embargo, no quiero mil palabras.
Apenas un puñado me son suficientes,
pero han de ser el puñado justo, en el momento justo,
en la palma de tu mano y en comisura de tus labios,
como la imagen de tus besos entre el sueño y la vigilia
que ciertamente valdrían todos los puñados de palabras
que cupieran en una vida. 

Yo sólo quiero - y es lo único que quiero -
es que tengas ganas de verme de vez en cuando, de abrazarme a menudo,
y que echarme de menos sea tu secreto inconfesable.
Así como pensarte a todas horas es el mío,
siendo como eres mi pensamiento favorito
antes de caer en la profundidad más anónima del sueño.



La piscina de un hotel

De pronto, sin saber de dónde ha venido, la imagen o el recuerdo de una piscina en la azotea de un hotel en un rascacielos. Otros edificios asoman alrededor. Son todos grises, como monstruos de hojalata, sobresaliendo poderosos y soberbios sobre mí. Me pregunto si alguien, desde alguna de los miles de ojos de cristal de esos godzillas del siglo XXI me pueden ver o si verían, en su intento, apenas un ser humano insignificante a cien metros por debajo suyo. Mi bikini turquesa se mimetiza con el agua limpia y me da la impresión de ser parcialmente invisible. Me sigo preguntando si alguien mirará desde algún edificio cercano, pero pronto deja de dar igual y decido tomar el sol a intervalos. Pronto me aburro y regreso a esa habitación de hotel y te espero, que regreses del trabajo, allá a mediatarde, cuando la humedad de las calles se vuelve más pesada.
Muchos años y varios bikinis después, reconozco esa sensación - en la piscina de un hotel, en lo alto de un rascacielos - como libertad, en un lugar a varios miles de kilómetros de todo, donde nadie me conocía, excepto tú. Pero tú tampoco estabas. Y todo lo que tenía que decidir en aquel momento era si darme otro chapuzón o tatuarme la piel de canela con los rayos de un sol universalmente evocador.

Ahora creo que aquel momento fue uno de los que más mereció la pena de aquel viaje. 
Más incluso que estar contigo.
Reconocerme sola, conmigo misma, en el anonimato más total y absoluto.
Y no necesitar nada más.
Libertad sin medias tintas. 

20 de Julio

sábado, 20 de julio de 2013

Una copa de vino

Pronto sabré de ti.
A veces la intuición es tan certera
que parece una verdad a medias.
Con una copa de vino.
Y tus besos.
Todos para mí.
Aunque ahora parezcan tan lejanos. 
Algún día han de volver tus labios a mis labios.

Editado: y mientras releía esto, tan sólo un par de horas después,
me enviaste un mensaje.
Y después otro.
Y otro.
Y otro...

No siempre se puede


Porque, para mirarte,
no necesito más que el recuerdo.

El elogio de tener treinta años


El texto que viene a continuación no es mío, sino que ha sido tomado de aquí.
(Me pareció perfecto para la ocasión)


"Tengo treinta y tres años, no estoy casada ni tengo un hijo, y se supone que esto debería ser una tragedia. Dicen que al cumplir treinta las mujeres aterrizamos en una región donde la soltería se vuelve irreversible, el cuerpo te organiza una rebelión de celulitis y canas, y tu empleo se convierte en destino. La Rochefoucauld lo escribió en el siglo xvii: “El infierno de las mujeres es la vejez”. Hoy los treinta parecen ser la bestia peluda en el armario versión 3.0, el conflicto indispensable del que dependen las series de televisión gringa y los manuales de autoayuda. Una búsqueda veloz en Amazon arroja unos sesenta títulos que se encargan de la crisis femenina en esa edad: Encarar los treinta; Crisis de la mediana edad a los treinta; Treinta cosas que hay que saber antes de los treinta; La mujer de la generación x cumple treinta: mitos, misterios y colapsos mentales. Es una epidemia global: las mujeres que nacimos entre 1978 y 1982 seríamos el tercer país más poblado del mundo. Y nos han vendido la falsa urgencia de que los treinta son la fecha de caducidad de nuestros sueños y metas mientras todavía podemos llevar minifaldas y zapatos de tacón alto. A los treinta, mujer de treinta, envejeces y todo el mundo se encarga de recordártelo.

Pero ser una treintona solo le importa a quien sopla las velitas del pastel. La víspera de mis treinta me encontró angustiada en mi cubículo sin libro ni hijo ni árbol. Tomando café frío y obsesionada con el cliché. Muy cursi la escena. Muy soltera-profesional-siglo xxi. Muy Bridget Jones, Rachel Green y Carrie Bradshaw (santodiosquéspanto). Empecé a correr (después de los treinta, dicen las revistas, hay que esforzarse para estar en forma), contra mi convicción de que las personas felices no necesitan correr. Correr como si no hubiera mañana. Correr de espanto porque no quería convertirme todavía en persona adulta. Porque se me acababan las excusas y los mientras y la oportunidad de subirme a bailar en la mesa, borracha, sin mayores consecuencias. A los treinta no eres una achispada chica alegre, sino una mujer alcohólica. A los treinta cumplir años pierde la gracia si sientes que no has logrado nada. En esa fecha dejas de ser una joven promesa. Cada una de las cosas que empezaste a hacer “por mientras” ahora te define. Te has convertido en una profesional del trabajo temporal, del primer empleo, del hobby de la tarde. Me gustan los treinta porque es cuando La Vida te hace por fin un guiño. La traicionera que se ha pasado años anunciándose, mostrándote una pierna y luego bajándose la falda, se decide por fin a darte el sí.

Llegar a los treinta solo es una tragedia si vives en ciertos países de África, porque significa que te quedan seis años más de vida. También lo era en la década de los sesenta, cuando las latinoamericanas promedio vivían sesenta y dos años. Pero las estadísticas del siglo xxi, reportadas con fanfarria por los organismos especializados, indican que a los treinta no hemos llegado aún al intermedio de nuestras vidas. ¿Entonces por qué nos sentimos viejas? Cuando tienes veinte crees que en una década todos tus problemas estarán resueltos, y antes de eso el número es solo un lejano punto en el horizonte, un número cuya magnitud no apreciamos. Nuestra mente joven no comprende esa cifra y formula planes absurdos: para entonces –porque los treinta quedan lejos– tendremos un millón de dólares, cuatro hijos y dos casas. A los veintiocho el futuro es algo lejano, ajeno. A los treinta vienen las certezas: ya no postularás en Miss Universo, ni podrás ser seleccionada olímpica y el príncipe europeo de tu generación ya se enamoró de otra plebeya que no eres tú. A los treinta y cinco empiezas a ahorrar para la fertilidad asistida. A los treinta y seis hay gente de tu edad que gobierna países y los libros de historia recogen los noticiarios televisivos de tu infancia.

Cuando llegas a los treinta empiezas a cosechar. Tu llavero y tu cartera dan fe de tus responsabilidades y privilegios: te vuelves guardiana de puertas que solo tú puedes abrir, y puedes enfermarte o viajar cuando sea y costearlo sin ayuda. Te promueven, te suben el sueldo, te piden consejo y nadie –salvo tú– se cuestiona que lo mereces. La sabiduría antigua reconoce que los treinta son la época de la fortaleza. “El que no es bello a los veinte, ni fuerte a los treinta, ni rico a los cuarenta, ni sabio a los cincuenta, nunca será ni bello, ni fuerte, ni rico, ni sabio”, dice un refrán español. Los treinta están justo en medio de la edad en la que uno se casa y aprende a ganarse la vida y la edad en la que uno se vuelve sabio a punta de errores acumulados. Hace un tiempo una encuesta inglesa reveló que las mujeres gozan el mejor sexo de su vida a los veintiocho, se sienten plenas en su carrera a los veintinueve y contentas con sus relaciones a los treinta. Nuestra mejor época financiera, según esto, vendría a los treinta y tres, y dos terceras partes de nosotras pensamos que envejecemos más rápido que los hombres, revela el sospechoso estudio elaborado por Clairol, una compañía de –qué más– productos para teñirse el cabello. Así que todavía somos guapas –lo más guapas que nunca seremos– y tenemos dos o tres montañas pendientes de conquistar. Hemos dejado de preguntarnos a dónde vamos y empezamos a dirigirnos allí con paso firme y decidido.

A los treinta vas perdiendo ciertas vergüenzas. Te desnudas sin problemas frente a desconocidos: el ginecólogo, una o dos veces al año; la chica que te depila, cada tres semanas; el modisto que te hace un vestido divino que ahora puedes pagar. Abandonas también algo de la autocensura de las chicas menores. Empiezas a opinar en voz alta sobre la ola de asaltos en el barrio cuando sales a comprar la leche en pantuflas. Empiezas a salir a comprar la leche en pantuflas. Consolidas manías y obsesiones: decidir no bañarse el domingo está bien. La espera absurda en la fila del banco, inadmisible. Reconoces las situaciones donde fingir inocencia todavía funciona y aquellas en las que solo conseguirás lo que te propones con garra autoritaria. Te sales con la tuya casi todo el tiempo. Los mayores admiran tus ganas y los menores tus logros. A los treinta la vida no es eso que queda hacia adelante sino hacia atrás. Eres dueña de un refri, una agenda de contactos, una importante colección de zapatos, tal vez del corazón de un hombre o de una familia. Todos anclas. Las alas van poco a poco atrofiándose. Te vuelves terrenal.

Pasando los treinta no te queda otra que mirar alrededor y darte cuenta de que tus amigos mayores son adultos de verdad: tienen deudas, hijos, canas. Hablan de la panza y la política con tono cínico y desencantado. Los amigos más progre se compran perros para engañar el reloj biológico. Escuchan el tic-toc y miran hacia otro lado. Otros se operan, se divorcian, se pintan el pelo, apadrinan niños de la calle. Intentan darle sentido a lo que hacen, negocian con el calendario, esconden la partida de nacimiento. Ellos que ya no toman tanto café, que se desvelan pronto, se levantan temprano. Ellos, que se casaron, o se enfermaron de gastritis o dejaron de fumar o tienen hijos o compraron gatos o se hicieron vegetarianos o maratonistas o todas las anteriores. Tener el cuerpo en buen estado es un trabajo a tiempo completo, no un hobby. Te conviertes en sobreviviente a costa de algunos de tus placeres más queridos. Compras un seguro de vida y lees la letra pequeña, apagas el cigarro, piensas dos veces antes de lanzarte de un paracaídas o subirte a una moto. A los treinta y tres no he hecho nada de eso todavía. Irresponsable, abro la lata del café todos los días y aspiro un poquito con la certeza y la tranquilidad que me da conocer los límites permitidos. A los treinta sabes cuáles son tus vicios vitalicios y les reservas a cada uno un lugar: dos litros de café en la mañana, tres cigarros a la noche. Pero nada de fumar en la mañana, ni tomar café en la noche, porque te arrugas o te enfermas.

Si a los treinta no te has reconciliado con tu cuerpo, no lo harás nunca. A esta edad o estás feliz con el hecho de que las tetas no van a crecerte más, o has pasado ya por el cuchillo. Te vuelves cómplice de tu cuerpo porque aceptas por fin que es el único que vas a tener. Aprendes a jugar junto con él y no contra él. Lo has domado y convencido de que te pertenece y no al revés. A una treintona no se le acusa de caprichos hormonales: lloras y peleas porque lo has decidido, no porque sea ese día del calendario. Posiblemente ese día es cuando más amas tu cuerpo: aprecias que todavía funciona. El mapa de tu piel tiene manchitas y cicatrices. A los treinta te embarazas porque quieres o te descuidas. Un hijo se vuelve una decisión y no una contingencia. Sabes comprar ropa interior sin la ayuda de una dependienta que te indique el mejor tipo de sostén para tu cuerpo. A los treinta has aprendido lo que te va y lo que no te va. Entiendes que una persona de tu edad con zapato abierto y calcetín en color y textura contrastantes no luce como modelo de revista, sino como una vieja prematura regando el jardín. Aprendes a medir. El verdadero fracaso a los treinta es llegar a ellos sin entender que el delineador líquido no debe ir más que en el párpado superior y que menos maquillaje siempre es más. A los treinta juré no teñirme el pelo hasta que tantas canas lo hagan necesario. Para recordar cómo me veo ahora sin aditivos ni –tantos– conservantes. A los treinta sabes que solo valen las promesas en tus propios términos. Y que faltar a ciertos juramentos es un requisito para madurar.

A los treinta ya eres una viajera frecuente de las relaciones amorosas y tienes millas suficientes para navegar por los líos del corazón. Las veinteañeras te miran pasar con envidia mientras arrastran pesados equipajes por los que pagan caro el viaje de querer. A los treinta te vas olvidando de tomar fotos de cada momento simbólico y de visitar los lugares comunes de la vida en pareja, y te concentras en disfrutar cada momento. A los treinta sabes que el amor no está en esa forma turística del romance sino en el encanto del atardecer en una esquina cualquiera. Aprendes que lo más importante del amor no es el deseo ni la adrenalina de sentirse vulnerable sino la valentía. Te pones valiente. Pides más pero peleas menos y te marchas cuando te das cuenta de que uno de los dos ha empezado a pelear más o a pedir menos. Entiendes que una pareja no es el principio ni el final de nada y sabes despedirte con elegancia. Si a los treinta sigues soltera, miras a tu alrededor y entiendes que solo has corrido con buena suerte.

Resignarse a la edad, a esta edad, parece un buen camino para hallar cierta tranquilidad. Salvo que el futuro parezca aún más gris: ahora soy una cuarentona en potencia. Los treinta han dejado de parecerme miserables, aunque solo por la sospecha de que los siguientes son aún peores que los redondos treinta. Amo los treinta porque se escapan con la misma rapidez que los veinte pero con un vértigo mucho más cruel. Entiendes que el futuro está sentado hace dos semanas en la sala de tu casa y no lo reconoces. Te saluda todas las mañanas en el espejo. “Esta es la mujer que vas a ser”, te dice mientras te enjabonas en la ducha y adviertes que se te ha formado un firme descanso de cadera ahí donde antes suspiraba la cintura. El futuro es ese sobre sin abrir que llega puntualmente a tu buzón cada fin de mes. A los treinta por fin lo abres y te haces cargo de la factura. “Las niñas ríen. Las viejas ríen. Las mujeres de tu edad no ríen, están condenadamente ocupadas con el serio asunto de vivir”, le dice un hombre a su joven amante en El cuaderno dorado, de Doris Lessing. A los treinta reímos cada vez más." 


Y que merezca la pena

Tumbada en la cama, sin más compañía que mis dos pequeñines con plumas, a oscuras, desnuda sobre la cama descanso el portátil en mi regazo mientras recuerdo el día de hoy. Pausa. Ahora la música de Zahara acompaña mis pensamientos.
Apenas hace unas horas fue el primer día de mis treinta, el principio de una nueva etapa, en todos los sentidos. Y es el momento de comenzar a llenar los vacíos, de comenzar a atar cabos e ir acabando todas esas cosillas pendientes que esperan su final. Recuerdo mi vida hace un año y soy consciente de los cambios, tanto físicos como emocionales por los que he ido pasando. Y aquí estamos, un año más. Un año menos Y aquí estamos, y aquí seguimos. Intento racionalizar mis sentimientos más negativos y volverlos positivos, intento dejar de un lado ese yo tan emocional que normalmente me fastidia los planes, los días de sol interior, poniendo la puntilla. Hoy se esperaba uno de esos días, hoy se esperaba un día mediocre y solitario, un cumpleaños nada parecido a lo esperado. Porque sí, porque las circunstancias no eran las adecuadas, porque parecía que el karma me estaba devolviendo todas las malas acciones de una vida pasada o de esa yo que actúa horriblemente mal en un universo paralelo. O quizás sólo me devuelva magnificado el poder de mis propios errores, no nos excusemos.
No puedo dejar de fumar, ni necesito ponerme a aprender inglés (aunque todo es mejorable). No necesito perder (mucho más) peso ni ponerme a ponerme en forma, porque ya estoy en ello. No necesito sacarme el carnet de conducir ni pasarle la ITV al coche, ni comprarme un coche. No necesito acabar la carrera, ni conseguir mi primer trabajo. No porque no quiera, ni porque no lo necesite, sino porque todo eso ya lo he ido consiguiendo durante mi veintena. Y aquí estamos, con treinta años y sin grandes metas populares que conseguir. Entonces ¿qué necesito para alcanzar la felicidad? Sin duda, lo tengo claro, sé lo que quiero y sé lo que voy a hacer para alcanzar mis metas. Lo único que llevaré mal es que mi impaciencia me puede boicotear el camino hacia ellos.
Comienzo a quedarme dormida.
Cierro los ojos mientras sigo tecleando. Temo quedarme dormida mientras sigo escribiendo. Pero eso no evita que pueda sentir las ganas fluyendo desde mi mente a mi corazón, de mi corazón a mi alma y de mi alma a cada poro de mi piel. Y aquí estamos. Pongámonos en forma, encontremos un trabajo, comencemos esa novela postpuesta durante la última década y pongámonos en marcha en ese proyecto cultural retrasado constantemente durante todos estos meses, apuntémonos a clases de patinaje. Y saltemos en paracaídas, y leamos todos esos libros pendientes y vayamos a la playa y hagamos barbacoas. Y deshojemos margaritas y riamos por nada más que por sentir los rayos de sol sobre la piel. Y abracemos fuerte y besemos cuando la ocasión (y la persona) sea la indicada. Busquemos, debe estar en algún lugar y he de encontrarlo. Debo hacerlo, porque me lo debo. Y recuerda que es mejor arrepentirse de haberlo hecho que arrepentirse de no haberlo hecho. Aprendamos a decir "No" y no sentirnos culpables por ello, aprendamos a no intentar complacer a todo el mundo sobre nuestros propios deseos, aprendamos a valorar esos pequeños detalles de cada día porque un día llegará en que no estarán allí y los echaremos tanto de menos, que dolerá.
Hagamos, en definitiva, algo que merezca la pena ser recordado. Hagamos que todo esto merezca la pena. Hagamos que la vida merezca la pena porque cuando miremos hacia atrás, todo lo que podremos hacer es decidir precisamente eso: si ha merecido la pena vivir o sencillamente nos hemos mantenido físicamente vivos (pero inertes por dentro). Y no podremos volver atrás. Y no podremos volver a vivir lo que ya se ha ido. Por todo ello, hagamos que todo esto, merezca la pena.
O, mejor aún, que merezca la alegría.



miércoles, 17 de julio de 2013

Retales

Hoy más que nunca necesito escribir para calmar la ansiedad y dar sosiego a mi interior. Me marcho y aún no lo sabéis. Me marcho, se me agota el tiempo mientras la lista de cosas que necesitan ser hechas no dejan de crecer. No. No puedo hacer las cosas tan mal. Necesito despedirme, despedirme de todos. Despedirme de ti.
Me marcho con la sensación de estar haciendo algo mal. No es lo que esperaba, no esperaba sentirme así, no esperaba marcharme sintiendo que me dejo tanto por hacer, que me dejo tantas cosas (y algunas personas) atrás.

2 de Diciembre de 2012 

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Hay cosas que no me gustan, por el simple hecho de no haberlo probado. Hay cosas que prejuzgo negativamente, antes de darle una oportunidad... si fuera una persona, merecería la presunción de inocencia, pero siendo hechos (vanales o no), no sé muy bien qué derechos tiene.
Por ejemplo, hace unos meses defendía la idea de que no me gusta el invierno ni los pájaros ni salir los domingos (Incompleto)

17 de Enero de 2013 

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Te imagino
tanteando un manojo de llaves más grandes de lo necesario
con todas aquellas que ya nunca usas, con todas esas que ya ni siquiera necesitas
y abriendo la puerta con un chasquido de tu lengua,
entrando en un lugar al que alguna vez llamaste 'hogar'.
Pones, sin demasiado cuidado la maleta sobre una cama
que bien podría no ser tuya, que bien podría ser de nadie
y te enfrentas al olor a cerrado, el olor a frío de tu propio interior.
Te quitas el chaquetón, que alguna vez me abrigó
y lo dejas sobre la silla.
Y te metes en tu cama, que quizás no sea tuya, que quizás no sea de nadie. (Incompleto)

4 de Febrero de 2013

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Inspiración que juega al escondite conmigo,
que se deja entrever, que se deja entresentir,
como si las paredes de mi mente,
algunas opacas y otras transparentes,
fueran su mejor truco para proyectar sombras
en la parte posterior de mis entrañas.

22 de Abril de 2013

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El frío de mi alma no debe
traspasar mi piel,
levantar sospechas,
atraer miradas,
(Incompleto)
sino tan sólo anestesiar un alma
que se deja hacer.

11 de Mayo de 2013

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La vida no era tal como la imaginaba, cuando era pequeña y hacía planes de futuro.
Supongo que la percepción del tiempo varía según creces y empiezas a mirar desde diferentes alturas. Creo que ahora, que casi rozo la treintena, estoy en el punto más alto y es casi un deber moral aprovechar las oportunidades de la vida.
Hay que aprender a cerrar puertas. Pero si la cierras, asegúrate que todo lo que ya no necesitas, quede al otro lado. (Incompleto)

12 de Mayo de 2013

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martes, 16 de julio de 2013

Acércame


Acércame la luna, 
que pueda besarla.

Aún

Y así pasaba la vida, su vida, todo cuanto tenía y lo único que era única y exclusivamente suyo. Aún guardaba esas cartas, aún con sus sellos, sus estampas, sus esquinas dobladas y el corte nervioso y rasgado que servía de puerta a las palabras y los silencios que devoró una noche tras otra, durante aquellos cuatro años.

Todo había comenzado y terminado un 18 de Abril, diferentes años, diferentes épocas y diferentes personas que quedaron enlazadas así en el pasado. Con cartas, algunas tan llenas de vida como otras de nostalgia. Y así ocurrió que se encontraron en mitad del camino y durante unos días, ninguno de los dos que eran - y más tarde, ninguno de los dos que llegarían a ser - creyeron ser capaces de tener tanta suerte. Se vieron, conversaron, se gustaron apenas unos instantes después y eso fue todo lo que necesitaron para conforme pasaba el tiempo, sentirse más y más unidos a todo cuanto querían en la vida.

Pero a veces quiere el destino que las cosas ocurran de manera diferente a lo que cada uno tenía planeado. Y ocurre que la historia de amor más bella nunca conocida tocó a su fin y ella ni siquiera supo nunca el porqué. Se debatió durante días en pedirle explicaciones, ansió volver a verlo, le llamó, notó su indiferencia, dejó de llamar. Él probablemente habría conocido a otra, él seguramente tan sólo había tomado su presencia como pasatiempo temporal, como una mueca a lo que siempre dijo que nunca querría para sí. Ella era todo en cuanto él no creía.

Pasaron los días, las semanas, los meses. Y ella no volvió a saber nada de él. Y ella no supo jamás qué había hecho mal. Y escribió una carta y se la envió. Y la carta iba casi, casi vacía de palabras y tan llena de significado: "Te añoro", rezaba. Y era cierto, era cierto que le añoraba, que le echaba tanto de menos que los recuerdos se tornaron pesadillas, a sabiendas que aquello había acabado y que nunca, nunca, nunca jamás volvería a ocurrir. Te añoro son dos palabras, tan sólo dos de las muchas que quiso ella escribir. Pero necesitaba contenerse, necesitaba demostrarse que podía hacerle frente y quitarle la importancia que tenía, sin duda alguna, para ella.

Y él leyó la carta apresurado antes de dejarla en un pico del escritorio del despacho, donde había entrado buscando unos gemelos. Y no le dió importancia, no merecía la pena aferrarse a algo ya pasado. Y la brisa provocada por sus rápidos movimientos al salir de la estancia hicieron que la carta cayera al suelo, yendo a parar a los pies del mueble.

Al día siguiente, llegó otra carta:
"Aún".

Y, al día siguiente, otra más: "Tu recuerdo no es más que la brecha que separa mi vida de la vida que siempre soñé". Y la tercera carta fue descansada, esta vez, sobre la mesita de noche, pues en su rápida vida llena de eventos, donde volvía a surgir el amor, él no tenía más que unos instantes para dedicarle y nada de espacio para guardar esas cartas que se fueron continuando día tras día. Durante semanas, a excepción de los domingos, durante meses, a excepción de los festivos.

Cuando las cartas fueron tantas que empezaron a parecer la nueva decoración de su hogar, él decidió reunirlas todas y meterlas en una caja de lata grande, más que suficiente debiera haber sido, de no ser porque las cartas continuaron llegando. Para cuando la caja estuvo llena, su vida había vuelto a estar vacía y ahora, más movido por la curiosidad que por el aburrimiento, las esperaba cada día y las leía junto a su segunda taza de café. Y siguieron llegando y se fueron sucediendo sin descanso, cada día, cada día, con su mensaje único y esperanzador de que alguien le pensaba a cada hora del día. Y más tarde, más movido por la añoranza que por la curiosidad... y entonces, más movido por un nuevo sentimiento que afloraba, que por todo lo demás, se dió cuenta que había recobrado el interés, que se había enamorado de su perseverancia y su paciencia. Se había ido acostumbrando a leerla, en mensajes que ya no constaban de apenas dos palabras, sino muchas más y en cuyas letras pudo ir descubriendo todo aquello que había decidido echar de su vida. Ocurrió que volvió a enamorarse, que pensó incluso en contestar a alguna de sus cartas, pero no lo hizo. La llamó finalmente, pero ese ya no era su número. Se dió cuenta entonces, que no tenía manera de volver a verla, que no sabía cómo ni dónde encontrarla, y eso le llenó de desasosiego. Y ocurrió que un día, justamente un año después, las cartas dejaron de llegar. Y él se quedó con el corazón roto, tan lleno de amor que nunca encontró consuelo para tan grande pérdida.

Ella, en algún lugar, ya le había olvidado, con cada palabra que escribía, vaciando así su corazón del dolor de saber que todo había acabado. Y así, sin saber que él la quería, puso punto y final a un sentimiento que, como sus cartas, sólo iban en una dirección.


4 de Mayo

domingo, 14 de julio de 2013

La oscuridad y su aliento

Pensamientos de estraperlo
y tu voz, a medianoche,
cercenan los miedos más ocultos, 
alimentan la oscuridad y su aliento.


Menos

Te Echo De Menos.
En tantos lugares.
Y me echo de menos.
En tus pensamientos.

sábado, 13 de julio de 2013

Tierras movedizas

A veces - probablemente, debido a la experiencia - podemos ver venir que vamos a meter la pata, hasta la rodilla casi. Aún así seguimos adelante, ingenuos, ignorando la vocecilla interior y esperando resultados diferentes a los habituales. Dan igual las señales de neón que te señalen que vas hacia una derrota evidente, hacia el fracaso más absoluto, tú te remangas las faldas y comienzas a andar sobre la arena, el barro o las tierras movedizas. Sigues adelante, con la vista al frente, aún cuando comienzas a hundirte poquito a poco. Y disimulas, intentando clavar mejor los siguientes pasos, levantar mejor la pierna, pisar de otra forma. "Quién sabe, quizás el terreno comience a remontar", "quién sabe, quizás haya alguna roca oculta sobre la que pisar y ganar un poco de altura".

Y mientras sigues hundiéndote, con la mirada fija al frente, te das cuenta que en tu cabeza suena esa canción que tan bien conoces y de pronto, te fijas, es el mismo barro, la misma charca, la misma arena de siempre. Esta vez crees saber cómo salir, cómo coger impulso, cómo salir de allí tan sólo habiendo sacrificado algo de ropa, mientras tu esencia, tu alma, tu propia alma sigue intacta. O si acaso, esta última, tan sólo un poco manchada de barro.

Editado: esta vez me hundí hasta el cuello.
Tan sólo hubo que esperar un día.
He vuelto a perderte.

La presión necesaria

Me gusta andar descalza y me gusta andar a oscuras. Y, cuando me encuentro sola en casa, completamente sola y sin riesgo de apariciones de imprevisto, también me gusta caminar en camiseta, pijama o tal cual. Y me paseo, de una punta a la otra de la casa, disfrutando el tacto del mármol bajo mis pies descanzos. Porque dejar huella no requiere más que la pequeña presión que posibilita el impulso, a veces, como todo en la vida. Igual que la presión que las yemas ejercen sobre las teclas que permiten la escritura o la presión de ese abrazo torso con torso que posibilita la empatía, la bondad, la felicidad más total y absoluta.
Hay veces que en la vida, un poco de presión (interior, exterior o de las yemas sobre el mármol) es necesaria para avanzar, para seguir adelante, cuando lo que queremos es clavar los pies en la arena y dejar que nos rodee la marea al subir.

Presiones que posibilitan el impulso...
...impulsos que posibilitan el avance...
...avance que nos lleva hacia nuestros sueños. 

domingo, 7 de julio de 2013

Revolución Egipcia

"
"Dicen que la voz de la mujer es como la desnudez, que debe ser cubierta.
Yo digo que la voz de una mujer egipcia es la voz de la Revolución" Anónimo

viernes, 5 de julio de 2013

jueves, 4 de julio de 2013

Cuántas cartas te he escrito...


Cuántas cartas te he escrito
no te haces a la idea, 
cuántas, pero cuántas historias
para contarte antes de olvidarte, 
cuántos versos susurrados
a las hojas de aquel libro 
escrito para ti,
enterradas bajo otros versos, 
también para ti. 

Cuántas cartas te he escrito
que no recibirás jamás;
esta es una de ellas,
esta es una de tantas.

miércoles, 3 de julio de 2013

Encuentre las Siete Diferencias

Ayer casi quedaban treinta días, hoy apenas quedan quince.
Y entremedio muchas cosas hechas - y otras tantas por hacer - y una canción que se repite constantemente en mi cabeza. Curiosa manera la que tiene la música de funcionar. Y entretanto, me planteo todas las cosas que he conseguido acabar durante el último año y qué diferente es mi vida ahora. Pero para bien. Por eso creo que ya no me importa (tanto) pasar esa barrera tan aterradoramente invisible de los 30. Porque si consigues estar a gusto con aquello en que inviertes el tiempo y lo que consigues a cambio, la edad pasa a ser una mera cifra con fuego sobre la que soplar y pedir un deseo (o dos, o tres... ¡o treinta!).

Quedémonos con (todo) lo bueno de los 29, que ha sido mucho.
E intentemos superarnos, para bien ;)

Días de verano

Permaneciste apenas unos días en mi vida,
sin embargo, me dejaste esa canción que escucho y escucho y escucho...
y pertenecerá al recuerdo, a nuestro recuerdo juntos, 
hace ya tanto, pero tanto tiempo.
Let's the seasons begin...
And let's stay where we belong.