Me da pena vivir en un mundo en el que la palabra de una persona vale más que la de otra,
me da pena vivir en un mundo en el que las vidas son valoradas en función de su raza o su nivel de riqueza y no de la bondad de su corazón y la riqueza de su espíritu,
me da pena vivir en un mundo en el que aún se siga utilizando los prejuicios ignorantes como excusa y barrera para conocer a alguien de otra raza,
me da pena vivir en un mundo en el que se llora detrás de un Jesús de madera pero no se llora por los miles de refugiados bajo la lluvia que son deportados como apestados,
me da pena vivir en un mundo en el que se valora más lo material que lo inmaterial,
me da pena vivir en un mundo en el que una sola vida europea o norteamericana vale más que diez o quince o veinte vidas de cualquier otra parte del mundo,
me da pena pensar en los niños bajo la lluvia, embarrados, que no pesan en la conciencia más que ese niño español en el noticiario que se ha quedado sin ver Eurodisney,
me da pena pensar en las personas que los días de lluvia no tienen donde refugiarse, y no hablo de las fronteras europeas, ni siquiera españolas, sino en mi propia ciudad,
me da pena pensar en esas personas sin alma que menosprecian, desprestigian y hunden a otros sólo por envidia, por celos, por soberbia,
me da pena que las penas se paguen con cárcel sólo si eres pobre y no si eres rico,
(en otras palabras, me da pena que la ley sólo persiga a quienes no pueden comprarla),
me da pena las vidas dedicadas sólo al trabajo, al dinero, a la subsistencia,
me da pena que los enchufes de personas incompetentes valgan más que una entrevista con alguien formado,
me da mucha pena que ya no veamos personas, sino sólo gente.
Me da pena formar parte de esta sociedad.