viernes, 4 de enero de 2013

Una fría mañana de Septiembre

"Aquella mañana había comenzado como cualquier otra mañana. Un día frío, inusualmente frío a aquellas alturas de septiembre. Tomó un pañuelo algo grueso con que cubrir su cuello antes de enfrentarse a ese nuevo día. Eran apenas las nueve y en la calle, el ajetreo ya llevaba algún tiempo dándole sonidos al pavimento - ruedas de coches, conductores que iban tarde - , a las aceras - tacones, zapatos de charol encerados repiqueteando como gotas en un cristal -, niños quejosos que no querían ir a la escuela - Javier, Roberto, Carlos -, una madre abrigando a su hija en la parada del autobús, un anciano matrimonio que, caminando con medida parsimonia una del brazo del otro, parecían luchar - a su manera - contra ese nuevo estilo de vida. Ahora que podían. Ahora que habían entendido que la vida con prisas, no se disfruta igual.
Adelaila y Mario se habían conocido cuando España aún vivía en blanco y negro, cuando la tecnología no era una prioridad para nadie, cuando los patios de vecino hacían que, a su manera, cada edificio fuera como una gran familia. Y ahora, que Mario llevaba mucho tiempo jubilado y Adelaida podía disfrutar de su tiempo libre, ahora que los hijos ya estaban criados - como hombres y mujeres de bien - y que los nietos les robaban todo el tiempo que ellos con gusto se dejaban robar, a ellos les gustaba pasear, cada día, por la mañana. Iban calle arriba, todo recto, la segunda a la izquierda, pasaban por un quiosco, giraban a la derecha y de nuevo a la izquierda y llegaban así al puente, el puente donde solían ir cuando eran novios - cuando las distancias parecían mucho más lejanas, pero se cubrían con mucha mayor facilidad - y que habían visitado casi cada día de su vida desde entonces. Luego, compraban el pan y, si era tarde y tenían algo de hambre, a pellizquitos, iban arrancando pequeños pedazos de vuelta a casa. "

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