miércoles, 9 de enero de 2013

Sombra aquí, sombra allá...

Cada persona tiene, o debería tener, al menos, una pasión en la vida, una obsesión, algo que le fascine hasta límites insospechados. Cuando en vez de una tenemos dos, tres o más, la cosa se complica porque el tiempo es el que es y a duras penas tenemos que repartir el tiempo que nos sobra de los quehaceres diarios entre unas y otras (cuando acaso, encontramos tiempo). Sin embargo, cuando esa obsesión o hobbie llevado al límite acaba controlándote, no puede ser sano.
En mi caso, tengo varios... dos, tres... no, espera, que son al menos cuatro. Cuatro, todas para mí. Sin embargo, cuando la práctica de nuestras pasiones se convierte en una obligación pierde el sentido, pierde la magia, pierde la chispa. O quizás, nos ayude, por el contrario a ganar en persistencia, en ganar práctica, en unirla más a nuestra rutina.
Recuerdo cuando con apenas tres o cuatro añitos me subía a una silla o un taburete para alcanzar a verme en el espejo del baño en nuestro piso en Huelva. El espejo era redondo y tenía un marco de madera oscuro y lo recuerdo todo con absoluta claridad, aunque soy incapaz de recordar el reflejo de mi propia carita. Tomaba entonces, desde las alturas, el colorete, la barra de labios, alguna sombra de ojos que había sacado del neceser de mi madre y comenzaba a maquillarme como mejor podía, con mis deditos torpes y demasiado pequeños para aquella tarea. La gracia es que a día de hoy, apenas me maquillo, sin embargo es una de esas pasiones inconfesables que guardo en mi haber de pasiones. Y eso lo sabe el cajón y los neceseres donde guardo mis tesoros. Antes de cada compra - o cuando la idea salta insistente en mi cabeza - intento decirme y convencerme de que ya tengo casi de todo, que no necesito más, que debería pensarlo bien, pero al final (como ocurre con las pasiones) se acaba volviendo a comprar cosas -quizás- innecesarias, pero que muy de vez en cuando, no hacen daño alguno. Y algo que te hace feliz, aunque sea de manera banal (trivial, común, insustancial), no puede ser del todo malo.



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