sábado, 20 de julio de 2013

Y que merezca la pena

Tumbada en la cama, sin más compañía que mis dos pequeñines con plumas, a oscuras, desnuda sobre la cama descanso el portátil en mi regazo mientras recuerdo el día de hoy. Pausa. Ahora la música de Zahara acompaña mis pensamientos.
Apenas hace unas horas fue el primer día de mis treinta, el principio de una nueva etapa, en todos los sentidos. Y es el momento de comenzar a llenar los vacíos, de comenzar a atar cabos e ir acabando todas esas cosillas pendientes que esperan su final. Recuerdo mi vida hace un año y soy consciente de los cambios, tanto físicos como emocionales por los que he ido pasando. Y aquí estamos, un año más. Un año menos Y aquí estamos, y aquí seguimos. Intento racionalizar mis sentimientos más negativos y volverlos positivos, intento dejar de un lado ese yo tan emocional que normalmente me fastidia los planes, los días de sol interior, poniendo la puntilla. Hoy se esperaba uno de esos días, hoy se esperaba un día mediocre y solitario, un cumpleaños nada parecido a lo esperado. Porque sí, porque las circunstancias no eran las adecuadas, porque parecía que el karma me estaba devolviendo todas las malas acciones de una vida pasada o de esa yo que actúa horriblemente mal en un universo paralelo. O quizás sólo me devuelva magnificado el poder de mis propios errores, no nos excusemos.
No puedo dejar de fumar, ni necesito ponerme a aprender inglés (aunque todo es mejorable). No necesito perder (mucho más) peso ni ponerme a ponerme en forma, porque ya estoy en ello. No necesito sacarme el carnet de conducir ni pasarle la ITV al coche, ni comprarme un coche. No necesito acabar la carrera, ni conseguir mi primer trabajo. No porque no quiera, ni porque no lo necesite, sino porque todo eso ya lo he ido consiguiendo durante mi veintena. Y aquí estamos, con treinta años y sin grandes metas populares que conseguir. Entonces ¿qué necesito para alcanzar la felicidad? Sin duda, lo tengo claro, sé lo que quiero y sé lo que voy a hacer para alcanzar mis metas. Lo único que llevaré mal es que mi impaciencia me puede boicotear el camino hacia ellos.
Comienzo a quedarme dormida.
Cierro los ojos mientras sigo tecleando. Temo quedarme dormida mientras sigo escribiendo. Pero eso no evita que pueda sentir las ganas fluyendo desde mi mente a mi corazón, de mi corazón a mi alma y de mi alma a cada poro de mi piel. Y aquí estamos. Pongámonos en forma, encontremos un trabajo, comencemos esa novela postpuesta durante la última década y pongámonos en marcha en ese proyecto cultural retrasado constantemente durante todos estos meses, apuntémonos a clases de patinaje. Y saltemos en paracaídas, y leamos todos esos libros pendientes y vayamos a la playa y hagamos barbacoas. Y deshojemos margaritas y riamos por nada más que por sentir los rayos de sol sobre la piel. Y abracemos fuerte y besemos cuando la ocasión (y la persona) sea la indicada. Busquemos, debe estar en algún lugar y he de encontrarlo. Debo hacerlo, porque me lo debo. Y recuerda que es mejor arrepentirse de haberlo hecho que arrepentirse de no haberlo hecho. Aprendamos a decir "No" y no sentirnos culpables por ello, aprendamos a no intentar complacer a todo el mundo sobre nuestros propios deseos, aprendamos a valorar esos pequeños detalles de cada día porque un día llegará en que no estarán allí y los echaremos tanto de menos, que dolerá.
Hagamos, en definitiva, algo que merezca la pena ser recordado. Hagamos que todo esto merezca la pena. Hagamos que la vida merezca la pena porque cuando miremos hacia atrás, todo lo que podremos hacer es decidir precisamente eso: si ha merecido la pena vivir o sencillamente nos hemos mantenido físicamente vivos (pero inertes por dentro). Y no podremos volver atrás. Y no podremos volver a vivir lo que ya se ha ido. Por todo ello, hagamos que todo esto, merezca la pena.
O, mejor aún, que merezca la alegría.



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