Hoy te envío este mensaje, más por necesidad que por propia conciencia de las consecuencias de este acto. Y te lo envío porque necesito expresarlo, sacarlo del pecho, de los dedos, de la lengua, sacarlo de dentro y devolverlo a donde pertenece, las palabras capaces de expresar lo que no sabe o no puede el sentimiento (temprana manera de llamar lo que "siento").
Hoy te envío este mensaje, aunque ahora que lo escribo, aún no sé si lo encontrarás temprano en tu email o te lo enviaré a cachitos por watsapp... o incluso, puede que te lo envíe allá donde estés. No lo sé. Sólo quiero que sepas que hoy, pienso en ti. Y como esto se está convirtiendo en costumbre y ya no me resulta suficiente, necesito ir un poco más allá. Decirte que me encuentro sola en casa, tan solo acompañada por mis pensamientos (culpable de que piense en ti, a todas horas), con un albornoz blanco y los labios pintados de rojo, quisiera elegir las palabras adecuadas para invitarte a cenar. Haber preparado algo que supiera con seguridad que te iba a gustar y, no sé con qué pretexto, pedirte atravesar esos pocos kilómetros que nos separan. Después de una cena como las que solías prepararme, te habría llevado a la terraza donde habríamos compartido una o varias copas de algo que a ambos nos gustara. No lo sé, es complicado, supongo, pero quizás después de todo, bajo un manto de estrellas, cualquier suelo es el indicado. Botella en mano, labios en labios y entre buche y buche, hartarnos de besarnos. Dejarte ir muy de noche, como escapando en la oscuridad de la mirada del destino, con los labios rojos de carmín y el cuello marcado de bocados. Dejarte ir, pongamos que ambos lo encontráramos sensato (...).
Hoy te envío este mensaje, aunque ahora que lo escribo, aún no sé si lo encontrarás temprano en tu email o te lo enviaré a cachitos por watsapp... o incluso, puede que te lo envíe allá donde estés. No lo sé. Sólo quiero que sepas que hoy, pienso en ti. Y como esto se está convirtiendo en costumbre y ya no me resulta suficiente, necesito ir un poco más allá. Decirte que me encuentro sola en casa, tan solo acompañada por mis pensamientos (culpable de que piense en ti, a todas horas), con un albornoz blanco y los labios pintados de rojo, quisiera elegir las palabras adecuadas para invitarte a cenar. Haber preparado algo que supiera con seguridad que te iba a gustar y, no sé con qué pretexto, pedirte atravesar esos pocos kilómetros que nos separan. Después de una cena como las que solías prepararme, te habría llevado a la terraza donde habríamos compartido una o varias copas de algo que a ambos nos gustara. No lo sé, es complicado, supongo, pero quizás después de todo, bajo un manto de estrellas, cualquier suelo es el indicado. Botella en mano, labios en labios y entre buche y buche, hartarnos de besarnos. Dejarte ir muy de noche, como escapando en la oscuridad de la mirada del destino, con los labios rojos de carmín y el cuello marcado de bocados. Dejarte ir, pongamos que ambos lo encontráramos sensato (...).
Y este es uno de esos tantísimos mensajes
(en este caso, incompleto)
(en este caso, incompleto)
que a veces escribo pero casi nunca envío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario