viernes, 26 de julio de 2013

Uno de tantos mensajes

Hoy te envío este mensaje, más por necesidad que por propia conciencia de las consecuencias de este acto. Y te lo envío porque necesito expresarlo, sacarlo del pecho, de los dedos, de la lengua, sacarlo de dentro y devolverlo a donde pertenece, las palabras capaces de expresar lo que no sabe o no puede el sentimiento (temprana manera de llamar lo que "siento").
Hoy te envío este mensaje, aunque ahora que lo escribo, aún no sé si lo encontrarás temprano en tu email o te lo enviaré a cachitos por watsapp... o incluso, puede que te lo envíe allá donde estés. No lo sé. Sólo quiero que sepas que hoy, pienso en ti. Y como esto se está convirtiendo en costumbre y ya no me resulta suficiente, necesito ir un poco más allá. Decirte que me encuentro sola en casa, tan solo acompañada por mis pensamientos (culpable de que piense en ti, a todas horas), con un albornoz blanco y los labios pintados de rojo, quisiera elegir las palabras adecuadas para invitarte a cenar. Haber preparado algo que supiera con seguridad que te iba a gustar y, no sé con qué pretexto, pedirte atravesar esos pocos kilómetros que nos separan. Después de una cena como las que solías prepararme, te habría llevado a la terraza donde habríamos compartido una o varias copas de algo que a ambos nos gustara. No lo sé, es complicado, supongo, pero quizás después de todo, bajo un manto de estrellas, cualquier suelo es el indicado. Botella en mano, labios en labios y entre buche y buche, hartarnos de besarnos. Dejarte ir muy de noche, como escapando en la oscuridad de la mirada del destino, con los labios rojos de carmín y el cuello marcado de bocados. Dejarte ir, pongamos que ambos lo encontráramos sensato (...).


Y este es uno de esos tantísimos mensajes
(en este caso, incompleto)
que a veces escribo pero casi nunca envío.

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