domingo, 21 de julio de 2013

La piscina de un hotel

De pronto, sin saber de dónde ha venido, la imagen o el recuerdo de una piscina en la azotea de un hotel en un rascacielos. Otros edificios asoman alrededor. Son todos grises, como monstruos de hojalata, sobresaliendo poderosos y soberbios sobre mí. Me pregunto si alguien, desde alguna de los miles de ojos de cristal de esos godzillas del siglo XXI me pueden ver o si verían, en su intento, apenas un ser humano insignificante a cien metros por debajo suyo. Mi bikini turquesa se mimetiza con el agua limpia y me da la impresión de ser parcialmente invisible. Me sigo preguntando si alguien mirará desde algún edificio cercano, pero pronto deja de dar igual y decido tomar el sol a intervalos. Pronto me aburro y regreso a esa habitación de hotel y te espero, que regreses del trabajo, allá a mediatarde, cuando la humedad de las calles se vuelve más pesada.
Muchos años y varios bikinis después, reconozco esa sensación - en la piscina de un hotel, en lo alto de un rascacielos - como libertad, en un lugar a varios miles de kilómetros de todo, donde nadie me conocía, excepto tú. Pero tú tampoco estabas. Y todo lo que tenía que decidir en aquel momento era si darme otro chapuzón o tatuarme la piel de canela con los rayos de un sol universalmente evocador.

Ahora creo que aquel momento fue uno de los que más mereció la pena de aquel viaje. 
Más incluso que estar contigo.
Reconocerme sola, conmigo misma, en el anonimato más total y absoluto.
Y no necesitar nada más.
Libertad sin medias tintas. 

20 de Julio

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