martes, 16 de julio de 2013

Aún

Y así pasaba la vida, su vida, todo cuanto tenía y lo único que era única y exclusivamente suyo. Aún guardaba esas cartas, aún con sus sellos, sus estampas, sus esquinas dobladas y el corte nervioso y rasgado que servía de puerta a las palabras y los silencios que devoró una noche tras otra, durante aquellos cuatro años.

Todo había comenzado y terminado un 18 de Abril, diferentes años, diferentes épocas y diferentes personas que quedaron enlazadas así en el pasado. Con cartas, algunas tan llenas de vida como otras de nostalgia. Y así ocurrió que se encontraron en mitad del camino y durante unos días, ninguno de los dos que eran - y más tarde, ninguno de los dos que llegarían a ser - creyeron ser capaces de tener tanta suerte. Se vieron, conversaron, se gustaron apenas unos instantes después y eso fue todo lo que necesitaron para conforme pasaba el tiempo, sentirse más y más unidos a todo cuanto querían en la vida.

Pero a veces quiere el destino que las cosas ocurran de manera diferente a lo que cada uno tenía planeado. Y ocurre que la historia de amor más bella nunca conocida tocó a su fin y ella ni siquiera supo nunca el porqué. Se debatió durante días en pedirle explicaciones, ansió volver a verlo, le llamó, notó su indiferencia, dejó de llamar. Él probablemente habría conocido a otra, él seguramente tan sólo había tomado su presencia como pasatiempo temporal, como una mueca a lo que siempre dijo que nunca querría para sí. Ella era todo en cuanto él no creía.

Pasaron los días, las semanas, los meses. Y ella no volvió a saber nada de él. Y ella no supo jamás qué había hecho mal. Y escribió una carta y se la envió. Y la carta iba casi, casi vacía de palabras y tan llena de significado: "Te añoro", rezaba. Y era cierto, era cierto que le añoraba, que le echaba tanto de menos que los recuerdos se tornaron pesadillas, a sabiendas que aquello había acabado y que nunca, nunca, nunca jamás volvería a ocurrir. Te añoro son dos palabras, tan sólo dos de las muchas que quiso ella escribir. Pero necesitaba contenerse, necesitaba demostrarse que podía hacerle frente y quitarle la importancia que tenía, sin duda alguna, para ella.

Y él leyó la carta apresurado antes de dejarla en un pico del escritorio del despacho, donde había entrado buscando unos gemelos. Y no le dió importancia, no merecía la pena aferrarse a algo ya pasado. Y la brisa provocada por sus rápidos movimientos al salir de la estancia hicieron que la carta cayera al suelo, yendo a parar a los pies del mueble.

Al día siguiente, llegó otra carta:
"Aún".

Y, al día siguiente, otra más: "Tu recuerdo no es más que la brecha que separa mi vida de la vida que siempre soñé". Y la tercera carta fue descansada, esta vez, sobre la mesita de noche, pues en su rápida vida llena de eventos, donde volvía a surgir el amor, él no tenía más que unos instantes para dedicarle y nada de espacio para guardar esas cartas que se fueron continuando día tras día. Durante semanas, a excepción de los domingos, durante meses, a excepción de los festivos.

Cuando las cartas fueron tantas que empezaron a parecer la nueva decoración de su hogar, él decidió reunirlas todas y meterlas en una caja de lata grande, más que suficiente debiera haber sido, de no ser porque las cartas continuaron llegando. Para cuando la caja estuvo llena, su vida había vuelto a estar vacía y ahora, más movido por la curiosidad que por el aburrimiento, las esperaba cada día y las leía junto a su segunda taza de café. Y siguieron llegando y se fueron sucediendo sin descanso, cada día, cada día, con su mensaje único y esperanzador de que alguien le pensaba a cada hora del día. Y más tarde, más movido por la añoranza que por la curiosidad... y entonces, más movido por un nuevo sentimiento que afloraba, que por todo lo demás, se dió cuenta que había recobrado el interés, que se había enamorado de su perseverancia y su paciencia. Se había ido acostumbrando a leerla, en mensajes que ya no constaban de apenas dos palabras, sino muchas más y en cuyas letras pudo ir descubriendo todo aquello que había decidido echar de su vida. Ocurrió que volvió a enamorarse, que pensó incluso en contestar a alguna de sus cartas, pero no lo hizo. La llamó finalmente, pero ese ya no era su número. Se dió cuenta entonces, que no tenía manera de volver a verla, que no sabía cómo ni dónde encontrarla, y eso le llenó de desasosiego. Y ocurrió que un día, justamente un año después, las cartas dejaron de llegar. Y él se quedó con el corazón roto, tan lleno de amor que nunca encontró consuelo para tan grande pérdida.

Ella, en algún lugar, ya le había olvidado, con cada palabra que escribía, vaciando así su corazón del dolor de saber que todo había acabado. Y así, sin saber que él la quería, puso punto y final a un sentimiento que, como sus cartas, sólo iban en una dirección.


4 de Mayo

No hay comentarios: