O eso pensó él. Un taxista cuya higiene brillaba por su ausencia y sus intentos de sociabilizar conmigo eran más que evidentes. Si hay que empezar por el principio diré que yo volvía de algún lugar de El Cairo y llevaba algo de prisa por lo que en vez de atravesar la calle Tahrer a pie, decidí tomar un taxi blanco: el más parlanchín de todos los parlanchines de El Cairo. Y comenzó como comienzan todos, mientras yo recluida en el asiento de atrás miraba con impaciencia el reloj, atascados entre coches, con dos carriles a la derecha y otro a la izquierda.
Una vez me hubo sacado todo el historial y puesto al día de mi nombre, nacionalidad, estudios, razón de mi visita, estado emocional y opinión sobre Salah Salem y su huida a España, me preguntó por mi edad...
¿A quién le suena "What do you guess?" (¿qué crees?) como "I want a kiss" (quiero un beso)?
Es probable que mi acento andaluz tan marcado al hablar inglés no ayude, PERO... ¿"I want a kiss"? ¿En serio? Gracias, pero no. NO. Mi cara de indignación cuando comenzó a rechazarme, argumentando que estaba casado y que no podía fue de no poderme creer lo que estaba escuchando. De hecho, no esperaba que fuera menos que una broma, pero su nivel de sofoco y de alegría contenida no ayudaba demasiado a que pensara que era así. Así que aprovechando que no estaba demasiado lejos de mi piso (a unos 200/300 metros) y que el taxi estaba parado en medio de un atasco, pagué, bajé, crucé entre los coches y volví andando imaginando como el taxista tendría una historia que contar a sus amigos taxistas.
Desde luego...
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