viernes, 9 de septiembre de 2011

El recipiente de barro

Recuerdo, como si de pronto fuera lo único que vi camino de algún lugar entre Alejandría y el fin del mundo, una casa muy humilde que aún se mantenía de pie junto a un pequeño riachuelo. El sol, poniente, se reflejaba en los reflejos dorados del río y a su vera, un hombre con galabiya estaba sentado sobre un gran paño. Desde no muy lejos, una mujer se acercaba con un recipiente que supuse estaba lleno de comida y, dos niños que jugaban cerca, se acercaron probablemente atraídos por el olor. Se sentaban para comer cuando dejé de verlos, pero recuerdo los reflejos dorados, el paño gris, el recipiente oscuro y el suelo lleno de verde. La humildad del lugar, la tranquilidad y la felicidad se respiraba en el ambiente. Me hubiera gustado entonces bajarme de aquel coche, cruzar el sendero de tierra que llevaba a ellos y compartir algo de aquel recipiente de barro, que podrían ser habas, arroz o incluso algo de carne.
Nunca sabré qué comieron.
Pero tampoco olvidaré lo que sentí al verlos. 

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