Un brindis por esas palabras que en tus labios sabían diferente.
Como "he venido para quedarme".
Como "Por siempre, siempre".
Como "Nunca me voy a rendir".
Como todas esas otras cosas que no diré, porque son tuyas y mías.
Un brindis por todas esas promesas lanzadas al aire
que sonaban genuinas,
y no dudo que lo fueran,
pero se parecían más a pompas de jabón,
tan bellas, tan vulnerables,
que a cualquier contacto de nuestros meñiques,
acababan por desvanecerse en el aire.
Un brindis por todos aquellos momentos que me hicieron plantearme
que eso era lo que yo quería, y de verdad lo quise,
para cada noche/mañana/tarde de mis días
del resto de mis días.
Y me vi envejecer y te vi a mi lado.
Y las arrugas importaban menos.
Un brindis porque antes de que todo se torciera,
me quisiste tal cual, sin cambiar un ápice de mí
y me hiciste sentir la persona más diferente del mundo.
Porque antes de que todo se torciera,
me mirabas con esos ojos que tenían el brillo
que tienen cuando se mira algo por primera vez.
Y tú, que siempre tenías ese brillo,
porque siempre parecía el primer día, en esa plaza,
mientras fuera se congelaba el tiempo y las briznas de hierba.
Un brindis por sacar, a veces lo mejor de mí,
otro brindis por sacar lo peor.
Y eso no es del todo malo, porque me enseñaste
donde estaban mis límites a ambos extremos,
a cercar justo el límite, justo donde, un centímetro más lejos,
habría perdido la cordura.
Y no importa si me refiero al extremo del bien o del mal.
Un brindis por ser el primero y el último,
por tener el primero y el último,
por vivir el primero y el último
de un amor como este.
Un brindis. Por ti, por mí.
Brindemos, hasta olvidarlo todo.
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