Haciendo balance de 2013, me siento como podría sentirse aquel que ha saboreado la derrota y la victoria a partes iguales. Ha sido este, el que ya se fue, un año de sentimientos encontrados, de elecciones, de pérdidas y de lecciones, he ganado mucho (muchísimo) y he conocido a gente increíble. Por desgracia, no todos ellos decidieron quedarse en mi vida. Y aquí estamos, comenzando un año nuevo y preguntándome, como cualquier hijo de vecino, qué me deparan los siguientes 365 días.
Hacer balance no me resulta fácil, pues no sé decidirme, no puedo decidirme, son demasiadas las cosas que me dejaría en el tintero si pretendiera, siquiera levemente, volcar aquí todos esos granitos de arena que a veces formaron dunas de una belleza interminables y, a veces, tan sólo fueron montañas que me cerraban el camino. Y, entonces, aprendí a cavar túneles a través. Y aprendí a dejar atrás a personas que ya habían cumplido su propósito. Creo que esto es lo que peor he llevado y, también, lo que más fortaleza ha podido aportarme (nota: al final, tenías razón. Algún día entendería por qué ya no podías quedarte. Ahora sé que hay que hacer hueco para los que están por venir, para los que sí que quieren tenerme cerca).
2013, a pesar de todo (de todo lo malo, quiero decir) me deja buen sabor de boca. Y es curioso, porque cuando echo la vista atrás, la mayoría de mis recuerdos son recuerdos negativos. Ha sido, sin duda alguna, un año de extremos y he sentido la felicidad más inmensa y la tristeza más profunda. Creo que mi L verde césped salvó el año. Recuperar amistades, salvó el año. Conocer personas especiales (algunos de los cuales, ya no están, pero que en su día me hicieron feliz) y los ratitos que pasamos juntos, me salvó el año. El concierto de Marwan, postpuesto durante años, me salvó el año. Las clases de danza, me salvaron el año. Los ratitos de risas con amigos, me salvaron el año. Ver que podía conseguir lo que me propusiera, si le ponía empeño, me salvó el año (aún sabiendo que probablemente no puse el empeño necesario en algunas cosas). La catarsis que encontré escribiendo, me salvó el año. Y todos esos momentos de paz, bienestar, alegría y satisfacción personal, me salvaron el año.
Para 2014, sólo espero más de lo mismo: ya sea una tormenta en pleno mar o el arcoiris que sigue a una llovizna de primavera, la lluvia es necesaria para que los días de sol puedan cumplir su propósito. Y entonces, tras la ventisca, el frío y unas manos frías como el hielo, volveré a disfrutar de un cielo azul brillante. Y la lluvia (tormentosa o llovizna), entonces, cobrará sentido. Y así seguiremos, en pautas intermitentes de agua y sol, de hielo y fuego, de risas y llantos y, sobre todo, de debilidad y fuerza. Pues en el contraste es, precisamente, donde podemos notar vibrar la vida con fuerza.
Me dejé muchas cosas por hacer, pero oye, así este 2014 será incluso más interesante.
Y antes de acabar, ya sólo me resta apuntar un par de cosas:
Lo primero, este año mi lista de propósitos queda escrita y guardada. Me dijeron ayer que si los contabas, no se cumplían. Pensé que eso sólo era aplicable a deseos realizados ante las velas de una tarta de cumpleaños, una estrella fugaz, una pestaña caída o una mariposa blanca. Y yo boicoteándome todos estos años. Así que quedará con forma de borrador hasta el último día del año (se siente...).
Lo segundo, dar las gracias a todas esas personas que, de una manera u otra, hicieron alguna muesca a mi vida el pasado año. Gracias a los que decidieron quedarse, por voluntad propia. Gracias a los que, ya sea día a día o de vez en cuando, me recuerdan que están ahí y me muestran su cariño. Gracias, en resumen, a todas esas personas que significan tanto para mí... son poquitas, pero valen mucho. Y espero que sigais aquí cuando este año finalice, para que podáis celebrar conmigo todos los logros que tengo planeado conseguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario