sábado, 23 de noviembre de 2013

Un día perfecto

Alguien pequeñita, casi una niña, pregunta en mi interior desde hace un rato, cómo sería tener un día perfecto. He intentado acallarla, aunque esta página lleva un par de horas abierta, con el mismo título que permanecerá, como si de ello dependiera la lealtad a esa vocecita que insiste... e insiste... e insiste... Porque si hay alguien aún más persistente y cabezota que yo, es precisamente esa vocecilla infantil, irritante, sustancial que aún se esconde en todo mi interior, adherida a las capas exteriores (e interiores) de mis huesos, músculos y órganos vitales.
Pues bien. ¿Cómo podría darse ese día perfecto? Buena pregunta, querida vocecita persistente y cabezota que aún ahora sigue preguntándose esto, entre otras varias cientos de cosas. Y es que, para tener un día perfecto tendría que no dormirme demasiado tarde, rompiendo así la rutina de las últimas décadas. Desayunaría, con el cabello alborotado, una taza de Cola-cao con galletas (de chocolate), casi como cuando era chica y me entretenía en romper esas galletas María en cuatro trozos antes de sumergirlos (todos, casi a la vez) en ese tazón de leche, que ahora no recuerdo si estaba caliente o fría. Templada, quizás. O casi templada, cabría decir, porque no creo en la templanza de nada. Encontraría entonces, en el buzón, una carta llena de palabras bonitas. Escrita a mano, con tinta negra y tu rúbrica sellándola en el eterno eco del silencio que (per)sigue a la despedida.
Luego, no sé en qué orden se sucederían los eventos, pero me gustaría que ese día perfecto tuviera un largo paseo en coche, dormir cubierta por rayos de sol de esos que hacen cosquillas en la piel pero no pican. Y gatos. Y una bolsa de M&M's... sí, una bolsa de M&M's todos para mí.
Y música de... quién más da de quién. Buena música, buena música de esa que te llega a los sentidos y hace que te tiemble el alma. Y una película de esas que te hacen llorar con una sonrisa, tapada con una mantita acurrucada en el sofá. Quizás entonces, fuera llueva. O mejor aún, una tormenta, de esa que cuando pasa deja el aire fresco y oliendo a tierra mojada.
Mi día perfecto necesitaría un tiovivo en una feria de pueblo. Y un baile lento bajo las estrellas. Y estrellas fugaces. Un manto de estrellas en movimiento. Y aviones despegando a escasos metros sobre mi cabeza.
Una cena que no necesitaría siquiera ser romántica. 
Y patines. Y una cámara de fotos. Y flores en el pelo.

Mi día perfecto necesitaría todo esto.
O tenerte a mi lado. Con eso, bastaría.

(13 de Octubre)

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