Y me preguntas -y preguntarás-
tanto tiempo como dure tu sonrisa,
tanto tiempo como dure ese hálito de vida
contenida en una burbujita brillante en tus ojos;
me preguntarás cuánto tiempo
durará
mi propia resistencia a lo inevitable
y yo te contestaré
como Bécquer siempre hacía,
cuando se leía aquella rima en labios ajenos,
que la felicidad siempre durará
mientras seas capaz
de no abrir esas cajitas
tan a buen resguardo
en tu inconsciente
como los bienes personales entregados
a la puerta de tu celda,
a cambio de un mono que vale tu libertad,
a cambio de meter todo aquello en algún lugar oscuro.
Entonces todo estará bien.
Y no habrá nada que temer,
salvo por el pequeño detalle de saber
que siempre seré incapaz
de sentir amor (por ti)
en cualquiera de sus variantes.
No habrá nada que temer
Aunque es probable que pueda sentir muchas otras cosas.
Aunque ninguna de ellas, tan interesantes.
Ni tan devastadoras.
teniendo como tengo la seguridad
de que eres incapaz de suscitar en mí
el único sentimiento que se me antoja kriptonita.
Cordial Indiferencia.
(Escrito: en algún momento del verano)
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