martes, 31 de diciembre de 2013

La mariposa que se quema

Nadie puede escapar a su naturaleza.
Sino, que se lo digan a esa mariposa que se quema.
La que se quema continuamente, sin intentar evitar el fuego.
Porque es lo que más ama en la vida.
Porque si se alejara del fuego,
encontraría vana la fatalidad del desenlace más certero.
Nadie puede escapar a su naturaleza.
Nadie puede escapar a su propia esencia.
Podemos intentarlo, pelearlo y sudarlo... y entonces quizás,
(sólo quizás, pues no hay garantía de cambio)
podamos intentar luchar contra lo que somos.
Pero, al final del camino,
probablemente nos demos cuenta,
casi con alivio, con desmedida lealtad al recuerdo
(serenos y confiados),
que nuestra esencia es y será
como el faro de Alejandría:
aunque esté apagado, se encuentra presente.
Nadie puede escapar a su naturaleza,
aunque puede esculpirla y amoldarla,
poquito a poco,
hasta hacernos ser la mejor versión
de nosotros mismos.
Aunque sigamos siendo como mariposas
y, de vez en cuando, nos quememos.
Aunque la mariposa ya no sea mariposa,
aunque el fuego, queme como hielo.


Que cada bocado que le des a la vida
guarde una inesperada sorpresa.
Aunque queme. Si el amor al fuego forma parte
de nuestra naturaleza más innata.

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