Hay que aprender a dejar ir a esas personas que no quieren permanecer en nuestras vidas y hay que aprender igualmente, que no importa cuánto duela o cuánto escuezca, no hay nada que podamos hacer en la mayoría de los casos, para hacerles cambiar de idea.
Han pasado pocos días, supongo, y aún queda la peor parte, que es darme cuenta que aquel día, cuando te besé en la mejilla antes de bajarme de tu coche, era algo más que una despedida. Y la realidad es que fue la última vez que probablemente te veré jamás.
Quién sabe si el destino, demasiado rencoroso para algunas cosas y olvidadizo para otras, querrá hacer que nuestros caminos vuelvan a coincidir. Yo mientras te echaré de menos o, al menos, te echaré en falta durante el tiempo justo y necesario para que todo esto comience a dar igual. Porque cuando ese momento llegue, perderás la luz que aportas a mi vida, en forma de recuerdos, en forma de "ojalás" y "sies" y serás una sombra más del pasado. Como tantos otros.
La realidad es que me duele darme cuenta que soy tan fácil de olvidar, de superar, de dejar atrás sin girar tan siquiera la cabeza. Me duele darme cuenta que nada de lo que soy o de lo que represento es suficiente para hacerte querer - aunque sea un poco - mantenerme cerca tuya. Ni tan siquiera como antes, pero algo, al menos.
He de aprender a tomar las despedidas como puntos y aparte y pasar página y empezar una nueva cada vez que sencillamente alguien quiera dejar de significar algo para mí. Yo, por ahora, me quedo con tu recuerdo y con esta quemazón que siento en las entrañas que me dice que las cicatrices más profundas son a veces aquellas provocadas no por quien más significaba para ti, sino por aquellos que prometieron quedarse para siempre.
4 de Mayo
(Y la molestia provocada por tu desaparición no duró más que apenas unos días)
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