Los finales siempre - y recalco, SIEMPRE - son tristes. Da igual lo que termine, da igual cómo termine, cuando algo toca a su fin, quisiera congelar el tiempo y evitar el dolor y la melancolía que han de seguirle, inevitablemente. Y da igual lo terminado y muchas veces, da igual, la razón que haya desembocado en tal desenlace, porque a fin de cuentas nada cambiará el resultado. Y el resultado es, ni más ni menos, que el final.
Pueden acabarse libros - y despedirnos para siempre de esos caracteres que si bien nunca existieron, durante unos instantes, en algún lugar de nuestro intelecto y quién sabe si en un universo paralelo también - que podremos releer, pero cuyas palabras, cuya trama con su respectivo desenlace se mantendrá invariable. Y releer un libro no sería más que el paralelo literario a un recuerdo, que nos empeñamos en repetir, sabiendo que el momento en que pudimos cambiar algo ya pasó. Porque está escrito. Porque hemos llegado a la última línea o verso de esa obra.
Pueden acabarse vidas, en cuyo caso toda muestra que nos queda en la ausencia son detalles, recuerdos, gestos que podemos repetir o incluso fotos, pero siendo el peor de los casos, todo lo que nos queda no nos devolverá a esa persona. Vendrán estonces los arrepentimientos de todo aquello que pudimos haber hecho o dicho para sacarle una sonrisa a quien ya no está, para regalarle ese momento efímero de felicidad, de haber dibujado una sonrisa que se acabaría desvaneciendo, pero que nos daría la seguridad de un instante de final feliz.
Pueden acabarse relaciones, de la manera más cruenta o sencillamente, con la indiferencia que otorga el desgaste de llevar algo más lejos de lo que era necesario. Y la monotonía. O puede acabarse algo por el mero hecho de haber cambiado. Y esto no sería tan diferente. Y tampoco importa demasiado cuanto rememores esos instantes juntos (ya sea un noviazgo o una amistad), el final ha sido el que haya sido.
En todos y cada uno de los casos, ese fin significará el fin de un capítulo de nuestras vidas, una reconsideración, un punto y aparte o directamente, dejar caer la tapa y tomar otro libro en blanco de la estantería. Pero en todos ellos, el final causará adversión, tristeza, dolor y/o vacío. Y es a este último al que más temo, porque entonces, no estarás tú (esa versión del "tú" que conocía hasta ahora, al menos) para "soportapoyarme" y decirme que todo irá bien.
Echaré de menos nuestras charlas a medianoche.
Pueden acabarse libros - y despedirnos para siempre de esos caracteres que si bien nunca existieron, durante unos instantes, en algún lugar de nuestro intelecto y quién sabe si en un universo paralelo también - que podremos releer, pero cuyas palabras, cuya trama con su respectivo desenlace se mantendrá invariable. Y releer un libro no sería más que el paralelo literario a un recuerdo, que nos empeñamos en repetir, sabiendo que el momento en que pudimos cambiar algo ya pasó. Porque está escrito. Porque hemos llegado a la última línea o verso de esa obra.
Pueden acabarse vidas, en cuyo caso toda muestra que nos queda en la ausencia son detalles, recuerdos, gestos que podemos repetir o incluso fotos, pero siendo el peor de los casos, todo lo que nos queda no nos devolverá a esa persona. Vendrán estonces los arrepentimientos de todo aquello que pudimos haber hecho o dicho para sacarle una sonrisa a quien ya no está, para regalarle ese momento efímero de felicidad, de haber dibujado una sonrisa que se acabaría desvaneciendo, pero que nos daría la seguridad de un instante de final feliz.
Pueden acabarse relaciones, de la manera más cruenta o sencillamente, con la indiferencia que otorga el desgaste de llevar algo más lejos de lo que era necesario. Y la monotonía. O puede acabarse algo por el mero hecho de haber cambiado. Y esto no sería tan diferente. Y tampoco importa demasiado cuanto rememores esos instantes juntos (ya sea un noviazgo o una amistad), el final ha sido el que haya sido.
En todos y cada uno de los casos, ese fin significará el fin de un capítulo de nuestras vidas, una reconsideración, un punto y aparte o directamente, dejar caer la tapa y tomar otro libro en blanco de la estantería. Pero en todos ellos, el final causará adversión, tristeza, dolor y/o vacío. Y es a este último al que más temo, porque entonces, no estarás tú (esa versión del "tú" que conocía hasta ahora, al menos) para "soportapoyarme" y decirme que todo irá bien.
Echaré de menos nuestras charlas a medianoche.
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