Quiero ser eterna. Y verte ir.
Y quizás volver, aunque probablemente no.
Quiero ser eterna. Dejarte ir.
Y verte perderte en la inmensa oscuridad
del día.
Quiero ser eterna, despedirte
del todo que mis ojos abarcan,
recortarte de esos parajes a los que siempre vuelvo
buscando, rebuscando, paz.
Un poquito, al menos, aunque sin demasiada esperanza.
Quiero ser eterna, para tener tiempo suficiente,
para tener tiempo de arrepentirme,
para tener tiempo de recordarte,
para tener tiempo de dar marcha atrás.
Pero sobre todo, sobre todo,
para tener tiempo de olvidarte,
de una vez por todas.
Quiero ser eterna.
Y que tú seas eterno conmigo.
Y que tú me decidas fuera de todo.
Y que tú, pienses en mí por las noches...
esas noches llenas de la claridad
que no dan las estrellas
sino la ambigua paciencia,
la calmada marea que el sueño trae al que sueña
con los ojos abiertos y mirando al techo,
viendo las luces de los coches pasar,
mientras elucubra la mejor manera
de hacer realidad todo aquello que desea en la vida.
Yo, hoy, quiero ser eterna.
Pero si no es para dejarte ir.
Entonces, déjame morir mañana.
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