Me gustan las pequeñas cosas, que a la vez son muy grandes, o a mí me lo parecen aunque nadie más sepa verlo. Me gusta por ejemplo el líquido del flash que queda cuando ya te has comido lo que se resistió a derretirse a priori. Me gusta el sabor que se te queda en los labios después de nadar en el mar (aunque escuezan los ojos porque sigo insistiendo en abrirlos bajo el agua). Me gustan los mensajes de buenos días y de buenas noches. Me gustan los lápices de colores (y confieso que mi cuaderno de colorear). Me gustan las bolsitas transparentes de chuches, cerradas con un nudo. Me gusta sentarme en un parque a ver el atardecer y, a menudo, balancearme en un columpio (y eso sí que es irresistible). Me gusta encontrar viejos tickets de lugares que me hicieron feliz (un ticket de avión, de un día de cine, de un regalo especial). Me ilusionan las estrellas fugaces y mirar sin parpadear un cielo estrellado o una ciudad llena de luces. Y siempre me saca una sonrisa una sorpresa, aunque sea una nota encontrada sin querer en el bolso. Me gusta el helado de nata con galletas y hacer galletas caseras. Me gusta soplar las velas en la tarta de cumpleaños. Me gusta el sonido del chisporrotear de una candela. Me gusta el arroz con leche y las torrijas y las croquetas caseras (sobre todo cuando son inesperadas). Me gustan mis inseparables (aunque nunca, ninguno, como Zoe) y el ronroneo de un gato feliz saciado de caricias. Me gustan los labios y las uñas rojas. Me gustan las cuentas atrás para los días especiales. Me gustan las listas de cosas que hacer. Me gusta dar de comer a las palomas. Me gusta regalar pulseras de hilo. Me gusta (me chifla) ir a comprar material escolar.
Y aunque mucha gente me considere infantil, yo me niego a que lo que queda de la niña que fui, acabe creciendo como lo hizo el resto de mí. Me niego, porque he conseguido mantener intacta la ilusión de comer patatas fritas "Los Rosales" en la playa o la noche de reyes o abrir un regalo o comprarme un vestido que me gusta. Porque pude trasladar la felicidad de esa niña que fui a cada año de mi vida y, porque yo nací en los 80's, pero una parte de mí, congelada, por esa mezcla de carácter y/o elección propia (porque siempre me resistiré a renunciar a la parte más pura de mi carácter, la que me ha ofrecido la mayor parte de los ratitos felices de mi vida) va a llegar niña a la tercera edad.
No me importa.
Aquellos que no entienden esta perpetuación de lo que fui, de lo que ellos mismos fueron un día, probablemente no conocerán jamás la ilusión de una manzana de caramelo, de una carta escrita a mano o de un paquetito de pegatinas. Y qué triste debe ser enterrar dentro a esa personita de ojos abiertos como platos con cada sorpresa, que ríe con los ojos y a veces, a menudo, se equivoca en este mundo tan adulto.
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