lunes, 25 de mayo de 2015

Que Llueva Por Dentro

Tengo la necesidad, pero desconozco la manera.
Necesito escribir, pero no sé ni por dónde empezar, ni que palabras usar ni cómo seguir. Hace días que quiero coger el ordenador, ponerme a vomitar palabras hasta que dentro de los pulmones no me quede nada. Sin embargo, todo lo que consigo son frases sueltas, como pequeños dientes de león soplados al aire y, eso, eso no es suficiente. Eso nunca ha sido suficiente.
Mientras, he cambiado tus cosas de caja, se han acomodado en una especie de ataúd permanente, sabiendo que una vez ahí no han de volver a salir. He decidido por última y vez definitiva que ahora que esto no puede ir hacia delante y evidentemente, no puede ir hacia atrás, sólo me resta atarlo al suelo en este punto y continuar caminando, deseando que ningún hilo de mí misma haya quedado atado a él y que, al alejarme, vaya deshilachándose por dentro hasta dejarme desnuda. Porque entonces, el frío me helará desde fuera hacia dentro hasta acabar conmigo.

Pero, por ahora, esto es sólo como pasear descalza por el infierno. A ratos te duele alguna parte del cuerpo, que normalmente va más por dentro que por fuera, allí donde las tiritas sólo estorbarían, allí donde sólo quedan añicos que utilizar como tizas. Y, para apagar ese infierno, sólo deseo que llueva por dentro, que la lluvia arrastre todo el dolor, las motas de polvo en el aire, la suciedad, los recuerdos que ya no quiero en el inventario. Que la lluvia me cale que llegue tan hondo que moje los huesos, que borre tu recuerdo, que te borre para siempre de este infierno en que se ha convertido tu nombre, tus ojos, tus manos. 
Que llueva por dentro, que deshaga la rabia que sentía, convertida en esta tristeza de digestión lenta. Que la lluvia forme una cortina que no me deje ver que sigues con tu vida, inmutable, que no me deje ver que, si alargo los brazos, todo lo que puedo palpar es tu ausencia. Tan callado y tan vacío se ha quedado el escenario que sólo se escucha el eco de los latidos solitarios, de las gotas de lluvia que resbalan, que resbalarán, cuando llegue el tsunami.

Yo sólo quiero un milagro de lluvia que me deje el alma blanca y pura, limpia como un lienzo nuevo, sin ningún rasguño, bocado ni herida. Pero, sobre todo, por favor, que la lluvia que ha de venir borre la pena, que borre el dolor. Porque que nadie te engañe, el dolor no ennoblece, ni dignifica. El dolor sólo duele. Y es eso todo lo que aporta: a sí mismo per se, sin lecciones que no pudieran aprenderse sin él, sólo el vacío más total y absoluto.
Si el dolor es lo que nos hace humanos, disculpadme, proclamo mi rechazo a tal privilegio. Me rindo, no lo quiero. Dimito. A tener los ojos siempre cansados de estar tristes, de mirar gris. A imaginar que llegue la mañana de ese día en que sepa que ya jamás volveré a verte. Prefiero la inerte ignorancia.

A estas alturas sólo se me ocurre alejarme del lugar en que te conocí, tapar esos caminos que pueden ser andados en ambas direcciones, levantarme por la mañana pretendiendo que nada de todo esto ha ocurrido, que nunca te conocí, que nunca me conociste ni nos quisimos ni nos echaremos en falta. Que todos esas horas compartidas en estos 500 días no fueron más que 12.000 horas, que 720.000 minutos, que si nos quitamos a nosotros mismos de la ecuación, siguen sobrando 500 días (con sus miles de horas, con sus miles de minutos). Como si acaso eso pudiera hacerme no pensarte, no extrañarte, no quererte nunca más. Y te bloqueo y te desbloqueo y entonces decido irme yo.
Pero no puedo.
No puedo aceptar que, además de perderte, tenga que perderme yo.


1 comentario:

Kyol dijo...

Mucho ánimo. Nada de lo que te diga va a servir pero... Todo pasa, de verdad. :3