viernes, 29 de mayo de 2015

Quererse está sobrevalorado

En realidad, sólo necesito un hilo del que tirar.
Un hilo que deshilvane los puntos, que desunidos, dejen una marca donde clavar la aguja, por donde pasar el hilo, por donde cerrar la herida... la próxima vez. 
¿Porque todos insisten en cerrar las heridas mientras yo insisto en abrirlas?
¿Será acaso cierto que siempre he sido una incrédula? ¿Que nunca he creído en los pespuntes que recomponen los trozos de un corazón roto por mil lados? Partiendo de la base que, mientras logramos encajar las piezas, la pena y el dolor vaya chorreando de las grietas y que, cuando por fin encajen, la herida ya esté desinfectada. Sino, queridos amigos, tendremos un gran problema.
Se me antoja que intentar recomponer un corazón roto en mil pedazos sería como sacar uno sano de la nevera en un día gris de otoño. El mismo frío, el mismo color blanquecino entristecedor, un esfuerzo desmedido para conseguir nada a cambio. Supongo que casi tan incoherente como creer que una coraza sirve de algo, cuando la alegría y la tristeza tienen la vampírica costumbre de sólo entrar si tú le dejas, si le invitas, si le abres la puerta. Y al final, da un poco igual, porque acabas pensando que airear el corazón de vez en cuando es incluso sano. Lo cierto es que, si yo soy una incrédula, vosotros unos ingenuos, pues no existe nada más peligroso.
Y entonces, si acabas dañando o dañado, dices adiós, pensando que con que tus labios lo pronuncien, tu corazón lo aceptará y ahí llegará la hecatombe, el final, la paz. Qué gran mentira. Al final resulta que los labios no son más que la máscara, mientras por dentro le pides al corazón que no salte, pidiéndote a ti misma que no te rompas en más pedazos (porque no hay marcas, aún, por donde hilvanar el corazón), que lo dejes ahí, que le dejes marchar. Al final resulta que no hay despedida más sincera que ese beso que se da, sabiéndose sustituto de un adiós.
Para quien crea en despedidas, dejadme contaros un secreto:
el adiós de palabra no sirve de nada - no es más que un trámite inservible -.
El adiós que realmente importa, el útil de verdad, ocurre más por dentro y es tremendamente ensordecedor.

Al final, resultó que quererse está sobre valorado, es como echar de menos, pero al revés.
Pues ¿acaso no echamos de menos tan sólo lo que hemos perdido?
Y yo, que no sé elegir, a ratos uno y a ratos otro, dejo pasar el tiempo mientras espero a ver si el corazón prefiere saltar sin cuerda o tirar con los dientes del hilo que pespunta dejando marcas, guiones, como invitando a saltar, sabiendo que después de esta, cualquier otra despedida será pan comido.




1 comentario:

Anónimo dijo...

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