A lo largo de la vida son muchas las situaciones que se nos presentan, especiadas con metas, con ignorancia, con experiencia. Con el paso de los años nos vamos dando cuenta de que, si bien a veces, te embarga la incertidumbre, esto no dura para siempre, pues no hay nada que dure para siempre en la vida. Ni siquiera la vida.
Si esta pudiera ser materializada, podría convertirse en un sendero (quizás montañoso) lleno de curvas, a cuyos lados se encontrara recubierto de vegetación, una vegetación que podría tornarse a veces en bosques o selvas... incluso, en casos más extremos, ese camino, esa senda, podría parecer que atravesara la misma selva, en cuyo caso la vegetación estaría en el propio camino y habría que ir apartando ramas, hojas y salteando raíces para poder continuar. Es entonces, en estos periodos de la vida, cuando no se puede ver a donde llegaremos en tres, siete, quince pasos, pero seguimos andando, porque andando es la única manera que tenemos de avanzar, de conocer, es la única manera de experimentar. Así, nos vamos aventurando en lo desconocido, convirtiendo cada paso que damos en un juego de azar.
Entonces, un poquito más tarde, ese mismo camino se va transformando de manera progresiva para acabar desembocando en un paisaje desértico pero lleno de comodidades, como si, sobre la arena, el caminito encontrara un entorno despejado, como si este sendero fuera tan recto como la línea que une casillas blancas y negras en un tablero de ajedrez. Es entonces cuando sabes de donde vienes y puedes claramente ver hacia donde te diriges, pues nada te tapa la visibilidad de tu camino.
Si bien, a veces, ambos caminos pueden ir salteándose uno al otro, incluso llegando a fundirse en un mismo paisaje, no es lo más probable. Pero, en ambos casos, ya caminemos por salvaje selva o por estepas y desiertos, ansiaremosprobablemente siempre, siempre, lo que ya se ha ido o, sencillamente, ese momento de nuestras vidas que se encuentre fuera de nuestro alcance. Así, cuando paseemos por la selva, no sabremos más que esperar y desear llegar al tramo recto que discurre en línea recta, desprovisto de incertidumbre, ajeno a los numerosos senderos que salen del camino principal, alcanzando así la estabilidad. Y, cuando por fin lleguemos al caminito arenoso, ansiaremos poder volver atrás, dándonos cuenta de que en realidad la incertidumbre del camino era todo un abanico de posibilidades, en donde cada cruce no era más que una nueva oportunidad de convertir nuestra vida en la vida con la que soñamos.
Si bien, a veces, ambos caminos pueden ir salteándose uno al otro, incluso llegando a fundirse en un mismo paisaje, no es lo más probable. Pero, en ambos casos, ya caminemos por salvaje selva o por estepas y desiertos, ansiaremos
Déjame pasear o pasea conmigo. Pero yo, por ahora, me quedo en la selva, disfrutando de ella, antes de que sea demasiado tarde y, todo lo que pueda hacer, sea echar de menos las posibilidades ofrecidas.
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