Creo en el destino tanto como en la casualidad. Y aquel primer viaje a Egipto pudo ser cualquiera de las dos, o una mezcla de ambas, en un complot para convertirme en lo que soy ahora. Normalmente a nadie le cambia la vida hacer un viaje, o no hacerlo. Si acaso le trae nuevas experiencias y buenos - o malos - recuerdos. Eso es lo que, a fin de cuentas, había pasado conmigo en todos los viajes anteriores.
Esta vez no. Tenía que ser Egipto.
Yo había decidido, durante todo ese año y parte del anterior que iba a ser psicóloga. Es lo que me gustaba. Estaba decidido. Y cuando casi acababa el verano, el primer día de Septiembre de 2000 viajé a Egipto con mis padres y mi hermana y ahí comenzó todo. Al principio he de reconocer que no era lo que esperaba, aunque si soy justa diré que no sabía qué esperar de un país del que todo lo que conocía eran las pirámides, los camellos, las dunas de arena, un sol implacable... y Cleopatra con su perfecta nariz y, por supuesto, esos jeroglíficos que todo el mundo "conoce", estampados en trozos de papiro. Eso es todo lo que abarcaba mi conocimiento, a mis recién cumplidos 17 años.
En tan sólo una semana o poco más, yo ya había decidido que quería estudiar árabe, que el puesto que la psicología tenía en mis deseos y ambiciones se había desplazado bastante dejando el hueco libre a mi nuevo sueño. Puedo asegurar que recuerdo el momento exacto en el que lo decidí (ya de noche), como si estuviera allí ahora mismo, mientras escribo esto, en el desierto de Hurghada...
En la excursión al desierto, la cena en el poblado... el safari... los beduinos... y vimos el atardecer en el desierto. Después cenamos sentados en cojines en una cabaña de palitos. Se hizo entonces una hoguera... y ese cielo limpio, lleno de estrellas, y el chispoterreo del fuego, la alegría de la gente, el aire puro me hizo sentír como en casa, me hizo sentir que una parte de mí pertenecía a aquel lugar. Ese fue el momento justo en el que tomé la decisión a favor de una pasión que había descubierto tan sólo hacía unos días. Debió ser algo como amor a primera vista. Y una semana me había valido para saber lo que quería hacer con el resto de mi vida.
Esta vez no. Tenía que ser Egipto.
Yo había decidido, durante todo ese año y parte del anterior que iba a ser psicóloga. Es lo que me gustaba. Estaba decidido. Y cuando casi acababa el verano, el primer día de Septiembre de 2000 viajé a Egipto con mis padres y mi hermana y ahí comenzó todo. Al principio he de reconocer que no era lo que esperaba, aunque si soy justa diré que no sabía qué esperar de un país del que todo lo que conocía eran las pirámides, los camellos, las dunas de arena, un sol implacable... y Cleopatra con su perfecta nariz y, por supuesto, esos jeroglíficos que todo el mundo "conoce", estampados en trozos de papiro. Eso es todo lo que abarcaba mi conocimiento, a mis recién cumplidos 17 años.
En tan sólo una semana o poco más, yo ya había decidido que quería estudiar árabe, que el puesto que la psicología tenía en mis deseos y ambiciones se había desplazado bastante dejando el hueco libre a mi nuevo sueño. Puedo asegurar que recuerdo el momento exacto en el que lo decidí (ya de noche), como si estuviera allí ahora mismo, mientras escribo esto, en el desierto de Hurghada...
En la excursión al desierto, la cena en el poblado... el safari... los beduinos... y vimos el atardecer en el desierto. Después cenamos sentados en cojines en una cabaña de palitos. Se hizo entonces una hoguera... y ese cielo limpio, lleno de estrellas, y el chispoterreo del fuego, la alegría de la gente, el aire puro me hizo sentír como en casa, me hizo sentir que una parte de mí pertenecía a aquel lugar. Ese fue el momento justo en el que tomé la decisión a favor de una pasión que había descubierto tan sólo hacía unos días. Debió ser algo como amor a primera vista. Y una semana me había valido para saber lo que quería hacer con el resto de mi vida.
Suena cursi, soy consciente de ello. Pero así es como pasó. Y de ahí ya vino todo lo demás... un año después hice selectividad, entré en filología árabe y siempre planeé volver a Egipto cada vez que tuviera la oportunidad (¡ya van ocho!). Pues, un trozo de mi corazón había quedado, y quedará siempre, en la cuna de los faraones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario