Releo viejos emails que me hablan de la vida allí, y deseo con todas mis ganas volver a enviar alguno que cuente cómo ha sido volver a verte, a encontrarte, a pasear sobre tu piel. Releo viejos posts en los que contaba sobre ti y me pregunto si habrás cambiado, cómo seguirás sin mí. Y escucho música y decido volver a acercarme sigilosa a ese idioma gutural y melódico en el que durante tanto tiempo hice incursiones a destiempo.
Te echo de menos.Y hago listas de deseos que cumplir contigo, y hago listas de todo lo que haré cuando te vuelva a ver, aunque no estemos solos. Y no me importa compartirte, una parte tuya será siempre sólo mía.
Y planeo paseos junto al metro o en el metro, bebiendo tamarindo y zumos de mango. Quizás algún día cojamos un taxi amarillo o uno negro o paseemos hacia los recuerdos, perdiéndonos en la noche, pasando junto al Nilo, rechazando las faloukas, acabando en un café luminoso lleno de sillas metálicas con cojines.
Y comeremos hawawshy en aquel lugar al que no tengo claro saber volver, pero segura de encontrar el camino, y comeremos koshary en la planta alta del aquel en el Casco Antiguo y basbosa, esta vez sin preferencias. Volveré a la molokhiya con pollo y arroz justo después de comprar libros en el-Diwán o daré pellizcos al pan dulce recién comprado en la panadería que hay entre el metro y mi piso, que ya no es mío, pero que es un poco mío.
No te echaré entonces de menos, porque estarás conmigo.
E iremos al parque de al-Azhar y a la plaza de la Libertad, que ya lo era incluso mucho antes de aquella Revolución que cambió tantas cosas (pero nada dentro de mí), que ya era la plaza de la Libertad desde aquel diciembre de 2003. Tahrer, siempre tú, el corazón de todo, donde comenzar todos los viajes, donde acabar todos los caminos. Tahrer, en el centro del caos.
El sonido en los minaretes llamando a la oración que moviliza a la ciudad. Los bazares turísticos y la parte donde el asfalto se convierte en tierra. El té, el olor a acre, a café, la brisa cálida en la cara. La noche que se convierte en día, que se convierte en noche, que se convierte en día. Y soñar sin dormir en ti.
Quizás algún día entonces me aleje de ti en un tren que me lleve a Alejandría, sólo para que creas que no me importas, que no te echo de menos. O un autobús me lleve a Basata, a Marsa Matroh o a ver las estrellas en el desierto, rodeada del silencio que antecedió al comienzo de todo.
Pero volveré. Y desde el supermercado el primer día alguien me ayudará a llevar la compra por unas libras a un piso a orillas del ruido en el que recordar todas mis vidas pasadas. Siempre en ti. Las calles llenas de gente, el caos, la vorágine y el remanso de paz que me traes, el abrazo sin murallas, la felicidad de lo pasajero. Echo de menos el calor y la brisa y las luces deslumbrantes y el olor dulzón a narguile, los dátiles, la música en las calles, las voces en las calles, las risas en las calles, niños jugando entre los coches, miradas fugaces, llamadas a destiempo, el reencontrarte. Te echo tanto de menos que sólo sueño con volver a verte, porque volveremos a vernos, volveremos a encontrarnos y me abrazarás con tu ruido, con tu caos, con el olor a noche en el aire.
Volveré, porque una parte de mí sigue atrapada en tu maraña.
Te echo de menos.
Querido Cairo, cuento los días para volver a vernos.
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