De pequeños, cuando nos caíamos y nos hacíamos una herida fea, siempre estaba cerca mamá, papá o algún familiar que nos lavaba la herida, nos secaba las lágrimas, nos daba un beso y nos decía «duele porque te has hecho daño y escuece porque se está curando».
Con los años crecí y aprendí que el corazón funciona igual que una rodilla pelada: duele porque te has hecho daño y escuece porque se está curando.
Y sí, escuece.
Y sí, está cicatrizando sobre las heridas ya desinfectadas.
«Sanará, pequeña, y podrás volver a correr, a saltar y a reír. Y entonces ni siquiera recordarás el dolor de la herida que ahora es cicatriz».
Con los años crecí y aprendí que el corazón funciona igual que una rodilla pelada: duele porque te has hecho daño y escuece porque se está curando.
Y sí, escuece.
Y sí, está cicatrizando sobre las heridas ya desinfectadas.
«Sanará, pequeña, y podrás volver a correr, a saltar y a reír. Y entonces ni siquiera recordarás el dolor de la herida que ahora es cicatriz».
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