La vida es esto: ese ser incontrolable, a veces manso, a veces salvaje, oscuro o lleno de luz, o todo a la vez, como las caras de un mismo dado. Y suele pasar que no podemos elegir sobre qué lado, sobre qué cara caerá. Y es así. Cuesta darse cuenta, pero es así. Y cuando entendemos que hay cosas incontrolables que no dependen de nosotros, todo se vuelve un poquito menos doloroso. Cuando entendemos que no todo lo que nos ocurre depende de nosotros, entonces todo es mucho más fácil. Porque de nosotros sólo dependen nuestras acciones, nuestros pensamientos y nuestro comportamiento con los demás, pero no a la inversa.
Hay decisiones que duelen. Esta, por ejemplo. Pero que duela no quiere decir que sea errónea. A veces, para volar, hay que saltar desde lo alto del precipicio. A veces, para ser mariposa, hay que romper la crisálida. A veces, para dejar de sufrir, sólo hay que aceptar el cambio y rendirse.
Es hora de desinfectar y cerrar heridas, aceptar las cicatrices y seguir adelante. Es hora de dejar atrás. Es hora de reencontrarme.
Adiós.
Hasta siempre.
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