Al final, da igual cuánto te prepares, cuánto lo dejes correr, cuanto tiempo dejes pasar antes de saltar al vacío. Al final, da igual, va a doler igual. Tus huesos igualmente se romperán en mil añicos, pero dará igual, no te darás cuenta, porque para entonces tu corazón ya habrá parado de latir.
Supongo que eso debe ser tirarte en paracaídas y que el paracaídas no se abra.
Eso he leído, que cuando no se abre, suele darte un infarto y ya no te das cuenta de nada más.
Así que lo preparas todo para saltar, sabiendo que la posibilidad está ahí, pero deseando que no seas tú el porcentaje de esos pocos con tan mala suerte. Pero no puedes dejarlo para siempre, si de verdad, de verdad, de verdad, deseas saltar.
Y saltas.
Y creías que no serías tú, pero sí, ahí está la estadística, la excepción, la minoría, golpeándote la cara (golpeándote, de hecho, cada hueso de tu cuerpo... y deben ser muchos). Ahí está el golpe, la caída, el dolor que no sientes porque ya estás muerto. Aunque entonces te pongas de pie, te sacudas de la ropa el polvo con la mano, te quites el paracaídas y sigas caminando.
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