Son días extraños. Un poco más de lo normal, creo. La verdad es que hace ya mucho tiempo que no me sentía así. Supongo que años, aunque a mí me parezcan... siglos... Y el dolor de cabeza constante -supongo que producido por la falta de azúcares (y la falta de ti)- sólo disminuye a fuerza de Ibuprofenos 600 que caen sobre estómagos en semi-ayunas. Entonces llega el malestar estomacal. Y la próxima vez intento forzar el estómago comiendo algo para evitar el malestar de los químicos. Y comer sin hambre, me da fatiga. Y hay que elegir cuál de los tres males es menos malo, elegir con cuál quedarme.
O quizás lo que me produzca dolor de cabeza es que he dejado de creer. De creer en ti, de creerte. Y por eso, ya no creo en nosotros. Y casi, casi, creo un poquito menos en mí. Aún no me creo que todo haya tomado este camino, áun no sé en qué momento tus ojos dejaron de verme. Fue entonces cuando mi incredulidad y mi decepción se llevaron lo que sentía por ti (todo excepto el dolor). Y ahora te veo, escucho tu voz, veo tus fotos... y no sé quién eres y qué haces aquí. Me suenas, te pareces a alguien a quien creí conocer, pero que se marchó hace ya muchos días (que parecen siglos). O quizás, nunca existió. Quizás esas miradas, esos suspiros, esas sonrisas fueron sólo el telón de fondo de este teatro de la que no fui la única espectadora. Y he empezado a odiar los cacahuetes, los cafés con leche, las pestañas a las que pides deseos que nunca se cumplen, las agendas y sus secretos, el color turquesa en ondas, los textos que hablan de ti, los serranitos, Porzuna, el tequila rosa, el IKEA, las estrellas desde el mirador, mi mantita para el frío, las maratones de cine, las brújulas marcando el norte, los aparcamientos del parque y los pasillos del chino gigante.
Pero sobre todo, odio - y me duele - profundamente darme cuenta que he sido una idiota.
No debí creer que la gente cambiaba. Casi nadie lo hace. Por más que nos esforcemos en pasar la misma página una y otra y otra y otra vez. Al final, la tinta de esa la página, de tanto tocarla, se nos queda adherida a los dedos y toquemos lo que toquemos, vamos manchando de letras.
Y, mientras el dolor pasa y consigo olvidar que formabas parte de mi vida, de mis proyectos y de mis ganas de comerme la vida, de hacer bombones, de enfrentarme al pánico de las agujas de tatuar, de ir a Cádiz y Granada, de ganarte en los juegos de cartas, de hacer apuestas, de planear cumpleaños, primaveras, veranos y otoños... mientras todo eso ocurre, yo seguiré buscando la canción perfecta que consiga decir lo que parezco incapaz de articular. Porque sigo siendo aquella mariposa, pero esta vez... esta vez he de luchar contra el fuego que me quemaría hasta volverme cenizas.
"Ojalá pudiera volver a verte, ojalá hubiera podido despedirme de ti"
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