Los kilómetros corren, a la par que las yantas brillantes de ese coche grande y tan cómodo por dentro, que se me antoja el hogar perfecto para las próximas décadas. La sensación permanece durante bastante tiempo, debido probablemente a la protección que ofrece bajo su caparazón de hojalata.
¿Buscará aquel también un corazón que le habite?
Dejamos atrás las luces de la ciudad, el tráfico, la contaminación. Dejamos atrás las personas que se ganan la vida en puestecillos de fruta junto a la carretera. Dejamos atrás la idea de vivir eternamente. No hay manera de mantener la estructura. Dejamos atrás las carreteras con baches y las curvas pronunciadas bajo el puente. Y nos vamos acercando, aunque al principio no lo sepa, porque me haye tan lejos que me resulte imposible atisbarlo de un vistazo, a campos verdes regados con palmeras. Campos cuyo único alumbrado son estrellas que se encuentran demasido lejos. Pero que igualmente, causan efecto.
Vamos dejando atrás las luces de la ciudad,
nos acercamos, sin darnos cuenta, a campos de palmeras.
Pero una parte de mí, que probablemente desconozco a medias,
se queda enclavada en esa puerta inmensa que separa El Cairo de todo lo demás.
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