Montaña arriba, montaña abajo. Montaña arriba, montaña abajo.
Y así, van sucediéndose los afortunados y desafortunados vaivenes de la vida. Y cuando estás arriba, parece que la vida será siempre maravillosa, que todo será siempre genial, que nada puede ir mal. Nunca. Pero entonces, tras la curva del sendero, tras esa curva semioculta por una gran piedra de la montaña, se esconde la bajada, una bajada empinada que llega hasta lo más bajo, hasta la llanura del valle. Y el valle es agradable, porque te permite ver todo lo que hay alrededor, sin piedras ni arbustos ni árboles demasiado frondosos. Pero el suelo se encuentra cubierto por una fina capa de agua de riachuelo tan nítido, tan puro, que refleja con todo detalle tus virtudes y defectos más ocultos. Que hay que aceptar, mientras se nos remojan los pies en ese agua que a veces hiela y a veces quema. Y ahí supongo que es donde comienza de nuevo el camino, el buscar la senda que indique la subida a la montaña.
¿Encontraré alguna vez el coraje para quedarme en lo más alto y dejar de intentar descubrir que hay tras las curvas? ¿Debería volverme una conformista? ¿Comenzará entonces a dar todo igual?
Quiero pensar que no.
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