Cada mañana, siempre después de asearme, me dirijo a la cocina.
Saco el pan de la bolsa, lo corto, lo meto en la boca de hierro de mi tostador.
Y, hasta que el pan crujiente asoma de nuevo, tengo tiempo para
sacar el tomate, lavarlo, secarlo, cortarlo en rodajas,
sacar la leche, volcarla, edulcorarla, dar un sorbo,
tomar el salero, tomar el aceitero, coger un cuchillo y un plato.
Y pensar en ti.
Y entonces salta el pan, con ese sonido tan particular
y ese olor a mañana recién estrenada.
Y me doy cuenta de que es el momento de empezar mi día
sin ti en él.
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