lunes, 7 de agosto de 2017

Universo paralelo

Salir de trabajar el jueves, volver a casa, hacer la maleta, intentar dormir si los nervios lo permiten.
Salir de trabajar el viernes, comer en el Foster, hacer tiempo, coger el tren hacia Madrid.
Llegar ya de noche, porque los días aún son más cortos que las noches, salir de la estación, contigo o a buscarte. Buscar donde cenar algún bocata de calamares. Quizás ir chino que me debes. Irnos juntos al hotel, territorio neutral, dormir como bebés.
Por la mañana, levantarnos antes de la salida del sol, ducha, desayuno sin escatimar en nada y, tomar el metro, camino del aeropuerto.
Dos horas de espera, mínimo.
Paseo entre las tiendas duty free (toblerone y algún perfume).
Embarcar, buscar con ilusión nuestros asientos, rezando por no caer cerca de un niño asalvajado ni un pasajero a quién le huelan los pies.
Pedir mantita y almohada, prematuramrnte (con vistas a un robo furtivo) antes de que se acaben y tuviera que pasar todo el vuelo acurrucada.
Varias horas de vuelo después, pisar tierra, bajar, esperar las maletas y no soltar el aire hasta velas aparecer en la cinta rotatoria.
Salir, prepararme para la transformación, pues nunca se vuelve de un viaje (ni de un amor, pero eso es otra historia) intacto.
Salir, llegar, disfrutar, pasear por sus calles y saber que ninguno de los dos volvería intacto de aquel viaje.


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