Hoy he querido llamarte, contarte ilusionada mi primer día de trabajo en la nueva empresa. Pero prefería echarte de menos a sentir ese vacío que tanto daño me habría hecho al escuchar tu voz. Porque esta etapa ya acabó, incluso cuando pensaba que no lo haría nunca, que este sentimiento imposible nunca habría de apagarse.
Por eso escribo hoy... Porque espero que me leas, porque esta vez escribo (sólo) para ti en medio de un público de caras borrosas. Porque necesito despedirme, porque necesito sacar volando esas mariposas del pecho.
Porque me querías a trozos, trozos que te completaran y yo quería quererme entera. Y comienzo a hacerlo, con mis marquitas, mi altura, mis muslos rollizos y esas bolsas debajo de los párpados en las que acunar las miradas que ya no permanecen.
Porque el truco está en la magia y no al revés.
Porque, a pesar de las cenizas que ha dejado el incendio, hay semillas debajo de la tierra. Porque mi niña interior ha dejado de creer y quiere crecer y yo no puedo permitirlo.
Porque hoy siento el vacío que queda cuando ya no queda nada, cuando has terminado de ver tu película favorita y deseas no haberla visto, sólo para tener la oportunidad de poder volver a verla por primera vez.
Porque ya no estabas y tuve que elegir: y maté a esa parte de mí para dejarla ir contigo. Porque murió contigo porque no sabía estar sin ti. Como Romeo y Julieta.
Por eso el resto de mí ya no hace ruido al marcharse.
Pero ¿sabes qué? Siempre serás mi película favorita, esa que me habría encantado poder ver de nuevo por primera vez.
¿Quien sabe? Yo sé que en alguno de los universos paralelos, esto saldrá bien.
Cuídate, como me habría gustado hacerlo a mí...
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