Abro una caja, en la que revuelvo, un domingo cualquiera, buscando recuerdos. Pero el que me encuentro no es el que esperaba. Ese bote metálico turquesa de spray que me regalaste porque me gustaba como olía, hace ya 5 años. Le quito el tapón, aún huele. No huele como lo recordaba, porque nisiquiera lo recordaba. Pero ahora sí y ese olor, tan característico, subraya aquel día en mi memoria, de manera nítida, en el Cairo, cuando después de casi tres meses allí, hacía las maletas para volver. Azzurre. Y qué bien olía. Y qué bien huele. Y ese bote, que enciende la chispa que abre el cajón donde guardo recuerdos que no quiero perder (pero tampoco tener presente casi nunca más), encadena unos a otros hasta que mi memoria parece colapsarse. La única solución es abrir esos cuadernos - uno por viaje - buscar tu letra en ellos, convencerme de que eso ya pasó hace mucho tiempo.
Ya no estás, pero tampoco te has ido.
No me hablas, ni me escribes, pero sé que a varios miles de kilómetros, aún me recuerdas.
Siempre lo harás, inevitablemente.
De una manera u otra, siempre pagaremos las consecuencias de aquel 2003.
Ya no estás, pero tampoco te has ido.
No me hablas, ni me escribes, pero sé que a varios miles de kilómetros, aún me recuerdas.
Siempre lo harás, inevitablemente.
De una manera u otra, siempre pagaremos las consecuencias de aquel 2003.
Negro y rojo, como aquellos emails infinitos.
De vuelta, al 2003.
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