Un escalofrío recorre mi garganta cuando pienso que se acerca el momento de la cena. Pienso en el pescado, crudo, en rodajas, entre las paredes plásticas del tupper y trago saliva, demorando el momento hasta medianoche. Mientras preparo la sartén, pienso en que no seré capaz de comérmelo y elijo la rodaja más fina de merluza. Mientras se hace bien, no dejo de sentir calambres que suben desde la garganta hasta la boca, mezclándose con la saliva.
Pienso que he comido, merendado y cenado pescado durante dos días completos. Pienso en cuánto preferiría una pieza de fruta, una ensalada o incluso un tazón de sopa de verduras (¡hasta con apio!). Pienso luego en mi objetivo, en mi satisfacción personal y, como la mayor demostración de amor hacia mí misma, hago de tripas corazón y me como el pescado, sabiendo que hago lo correcto. Incluso ahora, que pienso en las porciones de pescado que me esperan mañana y siento nauseas.
(14 de mayo, 12.45am)
2 comentarios:
no sera para tanto
Sí que lo es :P
No voy a volver a comer pescado (después de los otros 3 días de pescado) en un año...
Publicar un comentario